Matar muriendo (el viaje)
La condesa de Estraza
A Manolete
no le gustaba madrugar, era un búho, así que siempre que podía viajaba de
noche. La troupe torera inicia el viaje final, tras atravesar
Castilla, llegando en una primera etapa a Madrid procedente de Santander, la
penúltima fue, amaneciendo el día 27 de agosto. Como Lupe
se encontraba en Lanjarón, pienso yo que
Manuel se debió quedar en casa de Camará,
Amador de los Ríos, número 4, porque El Pipo cuenta que
estando él en la
Cervecería Tropical de la calle de Alcalá, vio pasar el legendario Buick azul de Manolete, al
volante, acompañado por el periodista Antonio Bellón.
Añade Rafael Sánchez que le pitaron y que por
señas entendió que se dirigían a
casa del apoderado.
Y es gracias al periodista Antonio Bellón, un personaje muy popular en Las Ventas hasta bien entrada la década de los ochenta y con el que tuve el honor de conversar muchas tardes, por el que sabemos hasta los más pequeños detalle de lo ocurrido desde que el torero sale de Madrid y llega a Linares. Porque don Antonio, junto con Guillermo que iba conduciendo con Manolete al lado, ocupó una plaza en los asientos traseros del coche que les llevaba, con Camará, cuando tomaron la carretera de Andalucía al anochecer.
El periodista nota rápido el tono poco cordial en las vanas conversaciones que se trillan cuando quedan tantos kilómetros por delante, cuando surgió de repente el tema de sus amores con Lupe Sino, que Manuel cortó enérgico.
Llegada la hora de la cena los viajeros decidieron repostar en el Parador de Manzanares y, entre plato y plato, la charla iba sin argumentos. Manolete, como era su costumbre, decidió tomar un menú frugal, pero no siguieron su ejemplo ni Camará ni Guillermo, que se apiparon, por lo que al sentarse ambos atrás al coger de nuevo el coche- ya que el torero había pedido conducir- cayeron rendidos en un profundo sueño.
Aprovechando el silencio, Manolete, como si presintiera que algo iba a ocurrir y con un tono que a don Antonio le sonó a despedida, y le chocó, le dio las gracias al periodista por su limpia amistad y lealtad. Pasan el rato hablando de vaguedades sin detenerse en nada, cuando:
"Manolete
(...) en tono confidencial, comprobando el sueño de los acompañantes, me
hablaba de su honda preocupación, más por sus amores que por la hostilidad
torera de las plazas. No podía renunciar a lo que era su amor a pesar de que
tanto y tanto la mayoría de sus amigos se oponían. Lo que le preocupaba
profundamente era el silencio de su madre cuando Manuel, su Manolo, le hablaba
de sus ilusiones amatorias. El había decidido casarse con su amor Lupe Sino y
deseaba que su madre estuviera presente en la ceremonia".
A
Linares llegaron alrededor de la cinco de la madrugada, o sea, veinticuatro
horas justas antes de morir a la 5.05 del día siguiente.
Manolete no se entretuvo, subió sin perder un minuto a su
habitación y cayó rendido en la cama, era un gran dormilón, hasta casi el
mediodía cuando una llamada de Lupe, le despertó.
Matar muriendo (antes de la corrida)
Mientras
Camará hacía de las suyas en el sorteo de los toros que por
orden de lidia fueron Papirote, Amargao, Azafrán, Curtidor,
Islero y Latiguero, Manolete descansaba en
su habitación y, tras despedirse del conde de Colombí
que había subido al cuarto para desearle suerte, Manuel,
alrededor de la una, pidió la comida
temprano como es costumbre por si hay que anestesiar y luego se dirigió al cuarto de baño, uno por piso.
temprano como es costumbre por si hay que anestesiar y luego se dirigió al cuarto de baño, uno por piso.
De
regreso, al pasar por la habitación de Luis Miguel, vio que
estaba la puerta abierta y se paró. El pequeño de los Dominguín,
que estaba echado en la cama, notó la presencia del cordobés y le invitó a
pasar.
Luis Miguel le profesó un tremendo cariño y respeto siempre a Manolete, al que conocía desde niño, ya que su presentación en Madrid tuvo lugar en la plaza de Tetuán de las Victorias, cuando el señor Domingo el de Quismondo era empresario del arrabalero coso. Debut que se produjo con un error en la cartelería, ya que en vez de Manuel Rodríguez apareció anunciado como Ángel Rodríguez, festejo del que los cronistas no destacaron ninguna cualidad especial en el bisoño torero, salvo un revistero de poca monta que apreció, y escribió, su ortodoxa forma de entrar a matar.
Además, a Luis Miguel no se le olvidaba y por ello le tuvo extraordinario reconocimiento, cuando en el año 1940 la máxima figura del toreo le viera en un tentadero delante de una becerra, y comentara en público, "Er nene de Dominguín trae la escoba".
Es en un momento de la conversación mantenida por ambos matadores de toros aquella mañana del 28 de agosto cuando al dirigirse Manuel al joven madrileño que venía a por él, por el nombre familiar pues en la casa de la calle del Príncipe se comían el Luis, ya que Luis Miguel en realidad se llamaba Miguel Luis aunque su padre alteró el orden porque sonaba más torero. Manolete, contaba 'El Patas' que le miró triste y le dijo,
"Miguel,
estoy harto y me retiro, y al que más le va a perjudicar es a ti. Tú heredarás a mis enemigos".
Palabras
dedicadas por Luis Miguel Dominguín, poco antes de morir, a Manolete,
"Mi admiración por Manolete era inmensa, porque sólo he conocido dos toreros que no necesitaban que el toro estuviera en el ruedo para crear arte: Manolete por su solemnidad, y Cagancho, por su empaque. Sin embargo siempre comprendí nuestro destino. Nuestra ley no aceptaba otra alternativa. Parecía estar escrito. Para ocupar su sitio tenía que desalojarlo primero, y demasiado bien sabía yo que Manolete no cedería su corona al son de otra música que no fuera su propio canto funeral, aunque también lo sabía ese canto fúnebre podría ser el mío.
Al fondo de la habitación número 6 de la primera planta del hotel Cervantes, en penumbra, ya había montado Guillermo la silla cuando Manolete volvió.
Era un
precioso vestido color rosa palo y oro, que remataba la montera puesta encima.
Montera que fue la primera que utilizó aquella tarde de su debut en Cabra con Juanita Cruz y que no
era de su propiedad, sino alquilada desde entonces a modesto sastre sevillano.
La Cogida
A Islero lo picó Ramón Atienza, que marró en los blandos al
segundo encuentro dejando el casquillo de la puya en el miura. Islero
fue lidiado por Pinturas,
lo banderillearon Cantimplas y Gabriel González y, nadie se explica por qué
aunque se piensa que se debió al revuelo que allí se formó, le dio la puntilla Bernardo
Muñoz, Carnicerito de Málaga, suegro
de Rafael de Paula.
Mientras la cuadrilla
bregaba con Islero, Manuel
la dirigía en posición de firmes, cuando en esto por dentro de las tablas se
acercó Camará con sigilo y casi
en silencio le dijo, "Manolo, aliña, que el toro se vence por
el derecho".
La respuesta de Manolete fue inquietante, "por
ese piton es por el
que voy a ir".
Testigos presenciales
cuentan que a ese toro Manuel lo toreó como un desesperado,
tanto que hasta le dio un molinete de rodillas, él, que carecía de facultades y
que no corrió jamás en una plaza, y que minutos más tarde entraría a matar muy
lento a Islero, parsimonioso, en la
suerte contraria, saliendo el hombre del embroque prendido en el pitón derecho
del toro.
El toro lo lanzó a
media altura pero no pudo soltarlo, lo que le permitió al animal hacerle el
molinillo en el aire, trincado por la ingle, para deshacerse de él de un
cabezazo y tirarlo al suelo. Y, con un estoconazo
hasta la bola, salir corriendo Islero hacia otros terrenos, pisando al
hombre que yacía en la arena con las piernas completamente cerradas.
Eso confundió a los
espectadores más cercanos que no entendieron la cornada como muy grave durante los primeros
segundos, hasta que Manuel instintivamente abrió las piernas y en ese instante brotó
un potente chorro de sangre como si su zona genital fuera un surtidor.
Eran las 18.42 horas
del 28 de agosto de 1947, y K-hito, que ocupaba una barrera a
escasos metros de donde se había producido el percance, le dijo al conde de Colombí, que estaba a su lado, "esta
es la última corrida que le hemos visto a Manolete".
Agonía
Llegados
a este punto no cabe otro remedio que ceñirse a los acontecimientos
cronológicamente, tirar de datos mondos y lirondos y renunciar a la mínima pincelada de corte sentimental. Pues lo que
ocurrió en Linares desde las 18.42 horas del 28 de agosto de 1947 a las 05.05 horas del
día siguiente, da para escribir un libro con más miga que Guerra y Paz.
Manolete, documentación sobra para asegurarlo, murió por lo que hoy llamaríamos un error médico.
Pero no
fue este el único error que se conjugó en contra del torero con desconcertante fatalidad, ya que en la vida y
muerte del mito de Córdoba se dan unos puntos realmente misteriosos, más
relacionados con las ciencias ocultas y todas las mancias juntas, que con cualquier explicación
racional que pudiéramos buscarles. Porque como en toda leyenda de todo mártir
existe un Manolete mágico, investigación que traería otro
volumen, así mismo, con más capítulos que la obra completa de Juan José
Benítez y sus famosos
caballos de Troya.
El primer error que paga Manolete caro, quizás con la vida, se dio cuando los diferentes porteadores que lo recogieron en la arena prácticamente cadáver, pues llegó a la camilla con las constantes vitales agotadas, se equivocaron de camino en dirección a la enfermería y, retrocediendo sobre sus pasos bamboleando al herido, se vieron obligados a perder un tiempo de oro para un hombre que se iba desangrando.
Error
sobre error, se permitió que la poco acondicionada sala de curas de una plaza
como la de Linares en aquellos tiempos, rápidamente se convirtiera en una
romería en la que todo bicho viviente que pudo se coló, opinando cada cual a su
gusto, con la consiguiente molestia para los cirujanos, doctores Fernando
Arboleda y Julio Corzo, que en medio de aquel
jolgorio no se les alteró el pulso y fueron capaces de realizar un primer trabajo
excepcional.
Francisco Cano, Canito, logró meter nariz y cámara en el precario quirófano y ha contado mogollón de veces también se refiere a ello Camará que debido seguramente a lo deteriorado por el uso que estaba el mobiliario, ocurrió que,
"Tras la primera intervención en la sala de operaciones, Manolete fue depositado en una cama del cuarto posterior al quirófano, presenciando con mis propios ojos como, misteriosamente, el somier de la cama se hundió instantes después de recibir el maltrecho cuerpo de Manuel Rodríguez"
Parte médico emitido por don Fernando Arboleda una vez concluida esta primera intervención:
"Al
terminar la lidia del quinto toro ha ingresado en esta enfermería el diestro
Manuel Rodríguez, Manolete,
con una herida por asta de toro al nivel del triángulo de Scarpa, con una trayectoria de 20 centímetros de
longitud de abajo a arriba y de dentro afuera y ligeramente de delante atrás,
con destrozos de fibras musculares del sartorio, del recto externo, son rotura
de la vena safena y afectando el paquete vascular nervioso y la arteria femoral
en una extensión de 5
centímetros de longitud, con extensa hemorragia y fuerte
shock traumático. Pronóstico: muy grave".
Acotación, "muslo derecho". Además, el sagaz doctor refleja con sabiduría, justo encima de su firma, que el paciente "sufre anemia aguda".
Tanto Gitanillo
de Triana como Luis
Miguel, discretos, se quitaron
rápido de aquel barullo de la enfermería con el fin de no interrumpir a las
asistencias, una vez que Luis Miguel se ofreció a donar
sangre, aunque no resolvió nada su oferta pues pertenecía a un grupo distinto y
de niño había sufrido fiebres palúdicas, según nos cuenta Carlos Abella en la biografía que firma del
torero de la calle madrileña de San Bernardo.
Luis Miguel, una
vez en el hotel, llamó a su hermano Domingo, que estaba en
Madrid, rogándole que llevara inmediatamente a Linares al doctor Manuel
Tamames.
Cosas de Domingo Dominguín, destacado miembro del Partido Comunista en la
clandestinidad, que sin pensárselo dos veces se puso en contacto con el
falangista José Antonio Girón,
ministro de Trabajo desde 1941, al que pidió un coche de gasolina, más rápido,
que le fue facilitado inmediatamente desde el Parque Móvil.
Al mismo tiempo, y por idea de K-Hito, se
acordó que Gitanillo, gran
conductor, saliera con el veloz Buick de
Manolete en busca del doctor Jiménez Guinea, médico
de cabecera de Manolete, que
viajaba también desde Madrid a Linares en un lento automóvil que a su
disposición había puesto el matador de toros Manolo Navarro.
Mientras, en la enfermería se tomaron sobre la marcha dos decisiones. Camará le atribuye la primera a Álvaro Dómecq, hombre orquesta de aquella tarde descompasada, que consistió la desafortunada ocurrencia en mandar pedir plasma a un hospital cercano por si cuando llegaran las eminencias madrileñas fuera necesaria su aplicación.
Mientras, en la enfermería se tomaron sobre la marcha dos decisiones. Camará le atribuye la primera a Álvaro Dómecq, hombre orquesta de aquella tarde descompasada, que consistió la desafortunada ocurrencia en mandar pedir plasma a un hospital cercano por si cuando llegaran las eminencias madrileñas fuera necesaria su aplicación.
La segunda decisión que se toma consiste en trasladar al
herido desde la enfermería al Hospital Marqueses de Linares, una vez
administrada la primera transfusión de sangre a Manolete, vena a vena del brazo del
policía municipal Juan Sánchez
Calle, y aprovechando que se le aprecia rápidamente una leve mejoría.
El traslado resulta dantesco, un santo entierro en vida,
pues en vez de ser realizado en cualquier tipo de vehículo que se tuviera a
mano, se realiza en una improvisada parihuela llevada a pulso por cuatro
hombres. Se decidió así, muy inteligentemente, ya que se temía que las calles medio
a oscuras y repletas de baches, perjudicaran el estado del torero debido a los
saltos de las ruedas sobre el bombardeado asfalto.
Un cortejo fúnebre que echó al pueblo curioso de Linares a
la calle
-estamos hablando de Manolete pues el torero en el recorrido iba perdiendo la vida a la vista de todos y con una débil voz se le oía repetir al moribundo, "Más despacio, más despacio".
-estamos hablando de Manolete pues el torero en el recorrido iba perdiendo la vida a la vista de todos y con una débil voz se le oía repetir al moribundo, "Más despacio, más despacio".
Inmediatamente el herido es depositado en una camilla del
equipado quirófano del hospital, pues el doctor Fernando Garrido Arboleda
decide intervenir de nuevo, está vez con mayores medios y ayudado como segundo
cirujano por Julio Corzo, que no lo hizo en
la primera ocasión Es en este momento cuando a Domecq,
futuro supernumerario del Opus
Dei (1), se le ocurre, en
una muestra de optimismo por la otra punta, llevar a los pies de la camilla de
operaciones a don Antonio de la Torre , sacerdote del centro, con el fin
de que Manuel se confesara.
Toca el tema Tico
Medina en una entrevista
que le hace al latifundista jerezano, que dice al respecto:
-Cuando lo llevaron al hospital le dije al
banderillero:"A Manolete
le gustaría mucho ver al cura, así que vamos a llevárselo". El
banderillero de Manolo me dijo: "No haga usted esa barbaridad, que se va a
asustar". Yo le aplaqué diciendo: "Mira, en la vida en ese momento no
se asusta nadie, lo tengo comprobado con muchos amigos a los que he visto
morir, así que vamos". Y así llegamos a la mesa de operaciones con el
cura. El torero me miraba mucho. Y le dije: "Aquí te traigo al cura por si
quieres algo con él, Manolo. Pero tú no te preocupes, que ahora van a operarte,
y te van a dejar fenomenal". Manolete
me dijo: "Bueno, ¿y qué hago?". Digo: "Tú, nada. ¡Si el
confesarse es lo más fácil del mundo! Vamos a rezar el 'Señor mío Jesucristo',
el cura te da la absolución y se ha terminado. Manolo,
¿quieres o no quieres?". "¡Hombre, claro!", dijo Manolo, y
así fue la cosa.
Manolete es sacado del quirófano, en donde se le han reforzado las
ligaduras quedando normalizado el riego de su pierna, y es llevado a una
habitación inmediata en la misma planta, notándole enseguida el equipo otra
nueva y leve mejoría. Y alrededor de este instante es cuando aparece en la
puerta del pasillo de la planta Lupe
Sino, acompañada por el Chimo,
desplomada, y del brazo de Concha, esposa de El Yoni. (2) Julio Corzo
es el encargado de volverle a transfundir sangre. Lo hace en diferentes tiempos
por tres veces y observa que la tercera no es admitida por el cuerpo de Manuel,
con lo cual se vio obligado a interrumpirla pues el paciente se quejó de un
tremendo dolor de riñones repentino; y en este trance se estaba cuando llegó
por fin el doctor Tamames
acompañado por Domingo Dominguín.
El prestigioso
médico madrileño reconoce al torero y aprueba sin ningún tipo de reparos las dos
intervenciones efectuadas anteriormente por sus colegas jienenses, aconsejando al equipo local y a los
presentes que se dejara descansar al herido hasta la llegada de Jiménez Guinea. Es
durante este momento de reposo cuando Manolete
para sorpresa de todos, buena señal, pide un cigarrillo.
Avanza la noche y cuando se rondaban las cuatro de la
madrugada apareció Luis Jiménez Guinea con El
Pipo, dos ayudantes y Gitanillo
de Triana que los había
recogido en Valdepeñas, y sin pérdida de tiempo se improvisa en una sala
próxima una reunión a la que asistieron Camará,
el omnipresente Domecq, más los
doctores Jiménez Guinea,
Tamames y Garrido Arboleda, sin permitírsele el acceso a los ayudantes ni al doctor Corzo,
cuya opinión era imprescindible a la hora de tomar medidas ya que había
realizado las transfusiones anteriores, teniendo que interrumpir la última,
como se ha dicho. Se cuenta a propósito con un documento excepcional, la
versión del propio Julio Corzo, que afirmó en este sentido sin
pelos en la lengua, pasados más de treinta años del suceso cuando ya se podía
largar, lo siguiente:
-Llegó Jiménez
Guinea y ordenó a un compañero de su equipo que le hicieran
una transfusión a Manolete.
Me opuse rotundamente, advirtiéndole que podía rechazarla. Recuerdo que le dije
a Garrido Arboleda:
"Si le hacen la transfusión, se lo cargan". Y comunicamos a Jiménez Guinea
nuestra oposición. Si no se le hubiera puesto seguiría vivo hoy. Jiménez Guinea
y Garrido
Arboleda estaban en la habitación contigua. Yo estaba junto a Manolete viendo la
transfusión que el ayundante
de Jiménez
Guinea le realizaba con un cardi. Estando poniéndosela dijo Manolete: "No veo, me
duelen los riñones, me muero" y murió.
Eran las 5.05 horas del 29 de agosto de 1947, y en Linares
en ese preciso instante comenzó a llover intensamente.
(I)
"Mis primeros encuentros con Álvaro
Domecq", artículo de Benito Badrinas.
(II) Ante algunos comentarios hechos de refilón
en determinados foros en el sentido de que este trabajo podía pertenecer al genero rosa, a la prensa del
corazón, dígnisima y hecha por
profesionales de primera línea, he decido eliminar en esta entrada todo lo que
tenga que ver con Lupe Sino, que como
ustedes comprenderán es el personaje clave de los hechos ocurrido en Linares.
Lo siento por lo lectores a los que les privo de un pasaje fundamental, pero no
me gusta que me toquen los 'costaos' ni
mucho menos que vacilen con mi trabajo).
Muchas gracias, señores, eternamente agradecida por la mención, todo un hornor, amigos veterinarios.
ResponderEliminarGloria a Manolete, les saluda cordialmente.
La condesa de Estraza
Les puse ayer un comentario dándoles las gracias por la mención. Como pienso que no ha llegado, reitero lo dicho anteriormente.
ResponderEliminarLa condesa de Estraza