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martes, 15 de diciembre de 2009

Historias de un ganadero nuevo.

Capitulo decimotercero
Alfonso Navalon


Cuando el vaquero, dio las mismas voces de todas las tardes, los novillos empezaron a caminar perezosamente. Iba delante "el Revoltoso" como pasaba siempre. Venían de largo, apenas se les veían los pitones o el morrillo al pasar entre los escobares. Siempre era lo mismo: arrancaban desde el Prado del Puente de la Alameda y, al cruzar el regato, se espantaban del agua que les sacaba un brillo azabache a la piel. Y trotaban la cuesta arriba: ¡Presidente, guapo! ¡Extremeño, bonito!.... y ellos, al sentirse nombrados, levantaban el testuz y aligeraban el trote que terminaba en seco al llegar a los "morriles" del pienso.

Todas las tardes llegaba primero el "Revoltoso", se hundía glotonamente el belfo entre la harina y levantaba el testuz desafiante armando una polvareda fina con el resoplido. Era su manifestación diaria de dictador, de gallito, de la pequeña piara. Al entrar el último, José cogía el saco del pienso y el carretillo, y se iba a sacar las vacas de la Ribera de Valdevillares para que pasaran la noche en el Cercado de la Mora y no estropearan la hierba del valle. Y me quedaba todas las tardes a verlos comer hasta que, aburridos, empezaban a tontear unos con otros, retozones y se iban casi oscurecido hasta el charco de Valdelas-Corralizas a beber el agua templada del anochecer cuando ya empezaban a cantar las ranas.

Todas las tardes desde que acabo la Feria de Bilbao, los he visto uno por uno. Al principio tenía que esconderme detrás de la tapia para que no se espantaran. Luego perdieron el recelo, menos el numero 12, que es hijo de la "Fallera", y bien tiene a quien parecerse porque vaca mas arisca no la ha parido madre. Por menos de nada te pega un espanto y se mete en lo más espeso del monte. El hijo ya sabe que si se espanta no come y ha terminado por aceptarme cerca, pero sin dejar de echar la cara arriba y estirar las orejas como las zorras.

Esta tarde cuando el vaquero dio las mismas voces, ellos no sabían que el trotecillo de la merienda iba a terminar tan lejos de los "morriles" del pienso. Se abrió una puerta distinta y entraron en la Calleja de las Matas, pero el camino y la querencia eran la misma de todas las tardes. Y no recelaron nada hasta que sonó el portazo del corral de retener y se vieron encerrados entre cuatro paredes con burladeros. Luego pasaron a los chiqueros, la trampilla del camión, la carretera y, al final una estocada apuntando entre las paletillas....Los habíamos estado engañando cuatro días para que se quedaran asombrados al ver cómo se puede encerrar sin caballos ni cabestros.

Pero yo sentía un desasosiego infinito desde la noche anterior, desde que supe que el camión llegaría a las siete en punto y ninguno de estos novillos volvería a pisar el "Berrocal". Esta mañana estuve más cerca de ellos que otras veces. Nos hemos quedado a comer carne asada con taramas de fresno en el cauce seco de la ribera por miedo al fuego que ahora arranca al menor descuido. Y mi niño se puso a sacar agua del fondo de la arena. Hizo una charca chiquitita y sacaba la tierra con un camión de plástico que le compramos en el mercadillo de Portugal. Me tumbe debajo del fresno grande a sabiendas que no iba a ser capaz de dormir la siesta, y eso que no hay moscas debajo de los fresnos. Y estaba como tonto mirando el cielo cuando llegó el niño a decirme que le estaba mirando un "toro". Era "el Carabinero", que se puso burlón al borde del barranco como si quisiera también jugar con el camión de plástico rojo. Me daba tanta pena de este último día del animal que ni pensé en el miedo del niño. "Vamos a verlo verás como no te hace nada". Le cogí de la mano y nos acercamos hasta unos pasos del novillo: <<"Carabinero", guapo, pobrecito. ¿Ves como no te hace nada?>>. Y el "Carabinero" nos miró serenamente y se fue al paso en busca de sus hermanos.

El chofer dijo que a las ocho de la mañana estaría en los corrales de Oviedo. He querido que viajen de noche con la fresca para evitarles el sofoco de este agostadero y que estén tranquilos ocho días en los corrales hasta que salgan a la playa de Candas a que los saquen los de la Televisión Francesa con toreros de fama. La última vez salieron del camión a la plaza y eso no deja de ser una crueldad. A estas horas, cuando van por Benavente o León, los estoy recordando uno a uno en la soledad de esta madrugada junto a la vieja chimenea de la cocina labradora donde me enseñaron a querer a las vacas.

Cuando salga a la plaza "Pinturero" nadie sabrá que de chico estuvo a punto de morir de una zurreta y estuvo cinco días en el corral grande echándole bolicas y dejándole con su madre el tiempo justo para descargarle las ubres. Ni que al "Agareno" le falta un cacho de rabo porque si no llegamos a tiempo se lo come un lobo al día siguiente del herradero. Nadie sabrá la historia de estos ocho novillos. Ni el disgusto que me ha dado el número 4 cuando se puso a berrear dentro del camión, pensando que iba a salir manso. Sólo sé que esta noche a "El Berrocal" le falta algo. El vaquero dice que estaba deseando perderlos de vista, porque así queda más terreno para las vacas paridas. Pero yo sé que dentro de unos días cuando los vean en los corrales de Oviedo, me miraran con reproche preguntando por la fuente y los tesos. Y tendré que agachar la cabeza. En el embarcadero estaban unos amigos alemanes que jamás habían visto estas cosas. Y cuando estaban juntos los novillos, antes de subir al camión, me ha preguntado cuál de ellos había elegido para matarlo en el festival.

Hasta entonces no me había hecho ala idea que el día 8 tendría que montar la espada para acabar con la vida de un animal que he visto crecer día a día como algo de mis entrañas. Es como si te mandaran matar el pájaro que tienes en la jaula del salón desgranando trinos como parte de la familia. Es la primera vez que voy a matar un novillo mío y me ha entrado una congoja que no puedo explicarla.

Estoy pensando que a lo mejor no soy capaz de salir a torear esa tarde. Ojala tuviera la suerte que me tocara uno tan bravo como para que le perdonaran la vida. Sería hermoso volverlo a traer al fresno, al regato y la encina. Para que les contara a sus otros hermanos que estuvo una vez con los toreros en una plaza que es puerto y que es playa. Seguramente los primeros días se volvería loco buscando al "Presumido" y al "Revoltoso" y a los que no volverán jamás al regato y la encina, ni a tirarle cornadas vírgenes a los cardos que empuja el aire de abajo.

Ojala supiera contar las cosas que siento esta noche. Pero me da mucha pena ser ganadero.

Nota para curiosos: El día del festival no me atreví a hacer sorteo. Que me dejaran el que no quisiera nadie. Y Fue el número 4, hijo de la "Deliciosa", que pensaba que iba a salir manso porque berreaba dentro del camión. Salió tan Bueno que a media faena le di la muleta a Roberto Domínguez y a Julio Robles. Luego lo toreo Ruiz Miguel y al final, todavía le dio unos pases Antonio de Jesús. Se me olvidó pedir el indulto. Pero, como suponía a la hora de matar sentí mucha pena. Me puse tan nervioso que lo pinché dos veces y cuando entró una media delanterilla me fui a la barca de Pepin el de la Rizosa para no mirarlo a los ojos.

1 comentario:

David Valderrama Gutiérrez dijo...

He conocido vuestro sitio hace poco, y la verdad, me gusta la línea que llevais. Así que ya os tengo enlazados y tendreis mi visita por aquí a menudo,

Un Abrazo!