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viernes, 26 de febrero de 2010

EL TORO DEL TERCER MILENIO


Santiago Malpica Castañón-Veterinario

En el siglo que no hace mucho se nos fue ocurrieron tal cantidad de acontecimientos científicos, sociales y culturales que no tuvieron más remedio que influir directa o indirectamente en el toro. Los avances científicos y técnicos que el siglo pasado proporcionó a la sociedad fueron asimilados por las ganaderías de bravo, aunque con muchas reticencias por parte de los ganaderos y sólo cuando en otras razas o especies se habían logrado beneficios comprobados y satisfactorios. El descubrimiento de vacunas bacterianas y víricas, el hallazgo de potentes y eficaces antiparasitarios, la aplicación de las leyes de Mendel en el campo de la genética, la mejora de los pastos a base de fertilizantes, la introducción de convenientes técnicas de pastoreo, la inseminación artificial y el trasplante de embriones, los innumerables conocimientos en teorías de la nutrición y alimentación, los distintos métodos quirúrgicos y los innovadores adelantos en patología animal, la incorporación de la informática a la explotación ganadera, entre otras muchas cuestiones y circunstancias, han influido indudablemente en la morfología y en el comportamiento del ganado bravo.

No fue sencilla la penetración de estos descubrimientos en las ganaderías de lidia. El ganadero de las postrimerías del siglo XIX, y algunos incluso a finales del siglo pasado, eran muy fieles a las ideas y a los procedimientos de sus antepasados, afianzados quizá al concepto de que cualquier elemento novedoso podría acarrear serias consecuencias a un patrimonio que consideraban casi exclusivo de su propiedad: la bravura. Esta manera de proceder aportó a la fiesta una diversidad de tamaños, formas, pelajes y comportamientos que supuso una de las características intrínsecas del espectáculo taurino: la variabilidad.
Por otra parte, el número de ganaderías ha ido aumentando desde principios del siglo pasado y de forma acelerada en los últimos decenios. Basta con recordar que en el año 1920 la Unión de Criadores de Toros de Lidia contaba con unas cien ganaderías afiliadas. Hoy, entre las cuatro asociaciones existentes, sobrepasan el millar. Este incremento de ganaderías no ha tenido más remedio que contribuir a diluir el patrimonio hereditario de la raza de lidia que junto con la gran proliferación de espectáculos taurinos han obligado a los ganaderos a ser mucho menos exigentes en la selección de madres y sementales. Esto obviamente favorece la monotonía de muchas de las faenas actuales.

El toro contemporáneo ha cambiado profundamente su morfología con respecto al toro que vemos en gravados y en pinturas antiguas. La bastedad del toro de ayer se opone bruscamente a la gran finura del toro del momento. La cabeza se ha empequeñecido, la cual es ancha y corta, con morro también ancho y ollares dilatados. Se observan hoy pocos ejemplares aleonados, es decir, con el tercio anterior más desarrollado que el posterior, característica que denota un origen salvaje y reminiscencias primigenias. El pecho por lo general es ancho y las extremidades son cortas y bien aplomadas. La musculatura que hoy ostentan muchos de los toros que se lidian en nuestras plazas se puede apreciar bajo la piel, la cual está cubierta de pelos finos y suaves. Aunque los pelajes todavía se encuadran en una variada gama de colores, ésta se ha restringido extremadamente. Sólo vestigios de algunos encastes de antaño como el vazqueño o ganaderías con pocas influencias externas como la de Miura proporcionan capas de distintas tonalidades. Habitualmente, el toro de la actualidad es de color uniforme, consecuencia directa del claro predominio de la casta vistahermoseña.

La conducta del toro ante los engaños del torero y ante las diferentes suertes de la lidia se ha transformado de forma evidente en los últimos tiempos. El toro de hoy es un animal elástico que permite mayores cercanías del torero para que éste pueda crear su obra de arte y está consiguiendo un equilibrio para que llegue a proporcionar la imprescindible emoción que debe tener el toreo. Atrás quedaron, por lo general, aquellos toros antiguos que nada más salir de chiqueros se refugiaban en las tablas y poco o nada podían hacer los lidiadores de entonces, la cantidad de toros que necesariamente eran castigados con las banderillas negras, aquellos otros que derrochaban tan mal sentido en las embestidas que imposibilitaban las faenas y ponían en serio peligro la integridad física de los lidiadores. La selección que han llevado a cabo los ganaderos a través del tiempo ha dado como resultado un toro con un grado de bravura y nobleza que difícilmente podían haberse imaginado aquellos primeros ganaderos de los siglos XVIII y XIX. Lo que ocurre es que, en la mayoría de las ocasiones, la actual suerte de varas no nos deja ver esta bravura.

Sin embargo, como antes apuntábamos, hay factores intrínsecos y extrínsecos de la fiesta que han favorecido la aparición de un toro apagado y sin casta. Desde luego, hay muchas ganaderías que no pueden presumir de esta última. Pero esta falta de casta podría ser corregida en un futuro no muy lejano mediante adelantadas técnicas de análisis genético y por medio de nuevos procedimientos reproductivos. El tiempo, que es el porvenir, mostrará recónditos secretos y el toro del siglo XXI no se quedará al margen de los trascendentales inventos y hallazgos de la ciencia, ni permanecerá insensible a los cambios que la sociedad vaya experimentando. Los que hemos llegado a vivir parte del principio de este tercer milenio no tenemos más remedio que sentirnos orgullosos de haber conservado, aunque en constante evolución, una maravilla que la madre naturaleza nos brindó y el hombre con su genio gradualmente moldeó.

Zafra, septiembre de 2003

Administrador: En 2010 y después de siete años sigue todo igual y con la misma actualidad

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