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domingo, 26 de febrero de 2012

DE UN PROFESIONAL SE PRESUME UNA REACCIÓN, DE UN BOHEMIO SE TEME UN GESTO.



ENTRE LA BOHEMIA Y EL ESPERPENTO

Por Francisco Callejo/ http://lacharpadelazabache.com

Si no fuera por el inquietante busilis dramático que late de fondo, esto de los Toros no dejaría de ser sino una opereta trasijada y aldeaniega, canicular y empanada, achatada y celebradora. Un vodevil de fantoches con su maniquea cantinela de voces atipladas y un contrapunto de percusión a bastonazos.

El personal que vive su eclipsada y antañona afición a este ceremonial matalón padece evidentes síntomas de autismo que obstaculizan cualquier tentativa a la hora de poderle abrir los sentidos al resto del mundo. Desde ese núcleo, indispuesto y debilitado, se tiende a pensar que es esto de los Toros trasunto que concita interés social, cuando lo que de veras se encarta es un elegante mutismo colectivo que pretende no acelerar la muerte súbita que ya le sube a esa mirada que se niega a ver. Los Toros están para doblar. Barbean las tablas con el ajado atisbo de un horizonte cercado. Porque esto se acaba. No lo hará hoy, ni mañana. Pero es más que probable que no vea cómo se cuartea el siglo.

Hacer de una liturgia un negocio es el más evidente indicio de irreverencia. No obstante, puestos a ser irreverentes en lo que no se debe caer es en el funcionarial visaje de la indolencia. Hasta para ser canalla se hace necesaria cierta constancia.

En los Toros, la galbana y el caché son dos de los principales obstáculos a que se enfrenta su cada día más achacosa salud. Se pretende una grandeza, a fecha de hoy liquidada, que no ha sabido adecuarse a los nuevos tiempos y usos, de modo que deambulan los Toros por entre el fuliginoso efluvio de un espacio entenebrecido y salteador, residual y engolfado, terminal y claudicante. Varados en el callejón del Gato, frente a los escaparates encopetados de espejos cóncavos, los Toros vuelven a instaurar el esperpento como forma de hacerse presentes en sociedad. Y en esas están. A la seudo bohemia taurina le huele el aliento a vinazo de azumbre y a morapio de cuarterón. Anda bamboleante y evadida, ajena y desdeñosa a la propia sombra tétrica que se le pinta en las paredes, y es tan magra su castrada lucidez que se quiere apoyar en el enteco y desautorizado hombro del ministro menos popular de la recién estrenada legislatura. Un radical que provoca subidas de pan cada vez que abre la boca y que avienta la sórdida sospecha de que, exhausta la Fiesta, le eche mano a la pechera de la chaqueta para hurtarle el décimo de lotería al que se juega su última suerte.

Pocas cosas más nocivas que la bohemia mal entendida. Quizá sea el de los toreros el gremio que más se vale de este término que por no practicar hoy les ha empujado a esa espiral de mediocridad y derrumbamiento en que se cimbrean. Hoy se quieren a sí mismos profesionales, término especialmente dilecto para los empresarios que buscan estajanovistas para sus ferias, pero de los verdaderos bohemios huyen como de la peste. Porque de un profesional se presume una reacción, de un bohemio se teme un gesto.

Invitaría a las figuras “subversivas” de hoy a hacer una mirada retrospectiva. A echar la vista en pos, no demasiado lejos, setenta y cinco años atrás nada más. Ojalá supieran que hubo un hombre que se llamó Ignacio Sánchez Mejías y al que la patronal condenó al destierro durante la Feria de Abril de Sevilla de 1925. Sin dar una voz más alta que otra, sentado de civil en los tendidos maestrantes, en connivencia con un compañero digno de ser motejado de tal, se lanzó al ruedo para poner tres pares de banderillas que ondearon más firmes en los lomos del empresariado que en los del propio santacoloma. La bohemia.

Ahora bien, si los toreros de hoy prefieren achantarse, claudicar, transigir, condescender y avenirse, sigan gimoteando por radios de tercera, páginas web de cuarta y descolgando teléfonos para subirle el pavo a los gacetilleros epulones.

Vuelvan a perder la oportunidad de que los telediarios abran con la impactante noticia de que una figura del Toreo se lanza de espontáneo a un ruedo. Desperdicien la pertinencia de que todos los medios de comunicación se hagan eco de tan palpitante acontecimiento con su correspondiente cúmulo de declaraciones en las que poner tantas cosas en claro. Malogren la ocasión de reactivarse socialmente y sigan llorando por entre las húmedas noches de excrementicia sordidez y mortecino eco la deformación de su traje de luces frente al cóncavo espejo del silencio. El esperpento.

Y es que, en este tiempo ambiguo y apocado, sería prodigioso contar con matadores que ante la genial ocurrencia de quien les dijera que sólo les falta morir en la plaza contestaran con un bizarro “se hará lo que se pueda”.


http://larazonincorporea.blogspot.com

Un año, Ignacio Sánchez Mejías rompió sus conversaciones con la empresa de la plaza de Sevilla, en términos muy duros, tanto para el empresario, José Salgueiro, como para el torero. El origen de la discusión estaba en que Ignacio era entonces presidente de la Asociación de Matadores y no aceptaba la propuesta de contrato de los principales empresarios. Las negociaciones terminaron, como se dice por aquí, malamente. “Mientras yo mande en la empresa, tú no pisas el ruedo de esta plaza”. Dijo Salgueiro. A lo que Ignacio le contestó, crecido, que no pasaría la feria sin que le viera en el ruedo.

Llegó la feria y empezaron los toros. Una tarde al tocar a banderillas y una vez puesto el primer par por los peones, saltó al ruedo un señor muy elegante, vestido de negro (según dice Corrochano) y con sombrero andaluz, que estaba en el burladero de los médicos de la plaza, al lado del doctor Sánchez Carrasco. Sorpresa en el público por ver a un espontáneo tan atípico.

Pronto corrió por el tendido la voz de que se trataba de Sánchez Mejías. La gente empezó a aplaudir. Ignacio se acercó al espada de turno, que era  Martín Agüero el gran estoqueador bilbaíno y con quien ya estaba de acuerdo y le pidió banderillas, que inmediatamente le dio. Con el par en una mano, el sombrero en la otra y acompañado de Agüero que así se lo indicó, pidió permiso a la presidencia para poner el par, apoyado por los aplausos del público y del Rey Alfonso XIII, que asistía al a corrida.
 El par por los adentros de Ignacio
“Las banderillas de tiniebla” que dijera García Lorca
 
 Luís Francisco Esplá
¿Quién si no?

El presidente dio su permiso. Sánchez Mejías que tenía una enorme personalidad banderilleó extraordinariamente poniendo tres pares. Contaba el Conde de Colombí, que el primero fue espectacular, sin terreno casi para salir de la suerte. El segundo, de dentro afuera, apoyando la espalda en los tableros de la barrera y, el tercero, cambiando el viaje en la cabeza del toro. Lo de este último par, lo cuenta, con más detalle Corrochano, quien dice que el toro se le arrancó, haciendo extraños, no se sabía porque lado venía. Sánchez Mejías, iniciado el viaje se paró, fijó al toro, que al verle a pie firme partió hacia el torero como una bala.  Ignacio, le puso el par. Corrochano destaca el valor y la tranquilidad del torero para ver venir el toro. Cuando acabó de poner banderillas, había tanto estupor como entusiasmo, según nos dice el crítico.

“El ciego se entera mejor de las cosas del mundo, los ojos son unos ilusionados embusteros”
 Max Estrella en Luces de Bohemia

1 comentario:

Anónimo dijo...

SER TORERO.

Me contaba un torero viejo que Pepe Luís padre se forzaba todos los años en torear la de Miura para mantener la dignidad alta.

Nota para redacción: esto malditos numeros no se ven bien, estaba mejor antes.