ENTRE
LA BOHEMIA Y EL ESPERPENTO
Por Francisco Callejo/ http://lacharpadelazabache.com
Si no fuera por el inquietante busilis dramático
que late de fondo, esto de los Toros no dejaría de ser sino una opereta
trasijada y aldeaniega, canicular y empanada, achatada y celebradora. Un
vodevil de fantoches con su maniquea cantinela de voces atipladas y un
contrapunto de percusión a bastonazos.
El personal que vive su eclipsada y antañona
afición a este ceremonial matalón padece evidentes síntomas de autismo que
obstaculizan cualquier tentativa a la hora de poderle abrir los sentidos al
resto del mundo. Desde ese núcleo, indispuesto y debilitado, se tiende a pensar
que es esto de los Toros trasunto que concita interés social, cuando lo que de
veras se encarta es un elegante mutismo colectivo que pretende no acelerar la
muerte súbita que ya le sube a esa mirada que se niega a ver. Los Toros están
para doblar. Barbean las tablas con el ajado atisbo de un horizonte cercado.
Porque esto se acaba. No lo hará hoy, ni mañana. Pero es más que probable que
no vea cómo se cuartea el siglo.
Hacer de una liturgia un negocio es el más
evidente indicio de irreverencia. No obstante, puestos a ser irreverentes en lo
que no se debe caer es en el funcionarial visaje de la indolencia. Hasta para
ser canalla se hace necesaria cierta constancia.
En los Toros, la galbana y el caché son dos de
los principales obstáculos a que se enfrenta su cada día más achacosa salud. Se
pretende una grandeza, a fecha de hoy liquidada, que no ha sabido adecuarse a
los nuevos tiempos y usos, de modo que deambulan los Toros por entre el
fuliginoso efluvio de un espacio entenebrecido y salteador, residual y
engolfado, terminal y claudicante. Varados en el callejón del Gato, frente a
los escaparates encopetados de espejos cóncavos, los Toros vuelven a instaurar
el esperpento como forma de hacerse presentes en sociedad. Y en esas están. A
la seudo bohemia taurina le huele el aliento a vinazo de azumbre y a morapio de
cuarterón. Anda bamboleante y evadida, ajena y desdeñosa a la propia sombra
tétrica que se le pinta en las paredes, y es tan magra su castrada lucidez que
se quiere apoyar en el enteco y desautorizado hombro del ministro menos popular
de la recién estrenada legislatura. Un radical que provoca subidas de pan cada
vez que abre la boca y que avienta la sórdida sospecha de que, exhausta la Fiesta,
le eche mano a la pechera de la chaqueta para hurtarle el décimo de lotería al
que se juega su última suerte.
Pocas cosas más nocivas que la bohemia mal
entendida. Quizá sea el de los toreros el gremio que más se vale de este
término que por no practicar hoy les ha empujado a esa espiral de mediocridad y
derrumbamiento en que se cimbrean. Hoy se quieren a sí mismos profesionales,
término especialmente dilecto para los empresarios que buscan estajanovistas
para sus ferias, pero de los verdaderos bohemios huyen como de la peste. Porque
de un profesional se presume una reacción, de un bohemio se teme un gesto.
Invitaría a las figuras “subversivas” de hoy a
hacer una mirada retrospectiva. A echar la vista en pos, no demasiado lejos,
setenta y cinco años atrás nada más. Ojalá supieran que hubo un hombre que se
llamó Ignacio Sánchez Mejías y al que la patronal condenó al destierro durante
la Feria de Abril de Sevilla de 1925. Sin dar una voz más alta que otra,
sentado de civil en los tendidos maestrantes, en connivencia con un compañero
digno de ser motejado de tal, se lanzó al ruedo para poner tres pares de
banderillas que ondearon más firmes en los lomos del empresariado que en los
del propio santacoloma. La bohemia.
Ahora bien, si los toreros de hoy prefieren
achantarse, claudicar, transigir, condescender y avenirse, sigan gimoteando por
radios de tercera, páginas web de cuarta y descolgando teléfonos para subirle
el pavo a los gacetilleros epulones.
Vuelvan a perder la oportunidad de que los
telediarios abran con la impactante noticia de que una figura del Toreo se
lanza de espontáneo a un ruedo. Desperdicien la pertinencia de que todos los
medios de comunicación se hagan eco de tan palpitante acontecimiento con su
correspondiente cúmulo de declaraciones en las que poner tantas cosas en claro.
Malogren la ocasión de reactivarse socialmente y sigan llorando por entre las
húmedas noches de excrementicia sordidez y mortecino eco la deformación de su
traje de luces frente al cóncavo espejo del silencio. El esperpento.
Y es que, en este tiempo ambiguo y apocado, sería
prodigioso contar con matadores que ante la genial ocurrencia de quien les
dijera que sólo les falta morir en la plaza contestaran con un bizarro “se hará
lo que se pueda”.
http://larazonincorporea.blogspot.com
Un año, Ignacio Sánchez Mejías rompió sus conversaciones con la empresa de
la plaza de Sevilla, en términos muy duros, tanto para el empresario, José Salgueiro, como para el torero.
El origen de la discusión estaba en que Ignacio era entonces presidente de la Asociación de Matadores y no aceptaba
la propuesta de contrato de los principales empresarios. Las negociaciones
terminaron, como se dice por aquí, malamente.
“Mientras yo mande en la empresa, tú no
pisas el ruedo de esta plaza”. Dijo Salgueiro. A lo que Ignacio le contestó, crecido, que no
pasaría la feria sin que le viera en el
ruedo.
Llegó la feria y empezaron los toros. Una tarde al tocar a banderillas y una vez puesto el primer par por los peones, saltó al ruedo un señor muy elegante, vestido de negro (según dice Corrochano) y con sombrero andaluz, que estaba en el burladero de los médicos de la plaza, al lado del doctor Sánchez Carrasco. Sorpresa en el público por ver a un espontáneo tan atípico.
Pronto corrió por el tendido la
voz de que se trataba de Sánchez Mejías.
La gente empezó a aplaudir.
Ignacio se acercó al espada de turno, que era Martín Agüero el gran estoqueador bilbaíno y con quien ya estaba
de acuerdo y le pidió banderillas, que inmediatamente le dio. Con el par en una
mano, el sombrero en la otra y acompañado de Agüero que así se lo indicó, pidió
permiso a la presidencia para poner el par, apoyado
por los aplausos del público y del Rey
Alfonso XIII, que asistía al a corrida.
El par por los adentros de Ignacio
“Las banderillas de tiniebla” que dijera García
Lorca
Luís Francisco Esplá
¿Quién si no?
El presidente dio su permiso.
Sánchez Mejías que tenía una enorme personalidad
banderilleó extraordinariamente poniendo tres pares. Contaba el Conde de Colombí, que el primero fue
espectacular, sin terreno casi para salir de la suerte. El segundo, de dentro
afuera, apoyando la espalda en los tableros de la barrera y, el tercero,
cambiando el viaje en la cabeza del toro. Lo de este último par, lo cuenta, con
más detalle Corrochano, quien
dice que el toro se le arrancó, haciendo
extraños, no se sabía porque lado venía. Sánchez Mejías, iniciado el
viaje se paró, fijó al toro, que al verle a pie firme partió hacia el torero
como una bala. Ignacio, le puso el par. Corrochano destaca el valor y la tranquilidad del torero
para ver venir el toro. Cuando acabó de poner
banderillas, había tanto estupor como entusiasmo,
según nos dice el crítico.
“El ciego se entera mejor de
las cosas del mundo, los ojos son unos ilusionados embusteros”
Max Estrella en Luces de
Bohemia
1 comentario:
SER TORERO.
Me contaba un torero viejo que Pepe Luís padre se forzaba todos los años en torear la de Miura para mantener la dignidad alta.
Nota para redacción: esto malditos numeros no se ven bien, estaba mejor antes.
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