Antonio Lorca/ EL PAÍS
La fiesta de los toros tiene el
ánimo por los suelos; y no es para menos. La crisis, la dichosa crisis
económica, está haciendo estragos en el sector. Pero no es esta la única causa
de su desdicha. Son tantos los males que la aquejan que las luces rojas se han
encendido y alertan de lo que puede ser un desastre inminente. En primer lugar,
la pérdida de identidad de un espectáculo que se ha alejado de la emoción y no
encuentra un referente entre toros y toreros.
Por otra parte, los ajustados
presupuestos públicos y privados disminuyen sensiblemente el número de festejos
y la asistencia a las plazas; sobran muchos toros en el campo y los ganaderos
sufren las consecuencias de la sequía y el aumento de los costes salariales, la
alimentación y la sanidad, al tiempo que el precio de las corridas se mantiene
al nivel de hace 20 años. Por si fuera poco, el incremento del IVA para todos
los festejos taurinos —las corridas y las novilladas quedan unificados en el
21%— puede ser la puntilla para el inmediato futuro.
En tercer lugar, la pantalla de
la televisión pública sigue en negro para el mundo de los toros. No se
retransmite un festejo taurino desde el año 2006, y, tras el cambio de
Gobierno, la previsible e inconcreta buena intención ha quedado superada por
las arcas vacías del ente público.
Y la política… La fiesta pasó del
Ministerio del Interior al de Cultura en julio de 2011 y el mes pasado se
anunció la creación de una comisión para el fomento y la protección de la
tauromaquia que está trabajando en la elaboración de un informe que debe
presentar en el plazo de seis meses. Asimismo, entre la acomplejada visión y
habitual desidia de los políticos sobre los toros y la amenaza de Bildu sobre
la erradicación de la feria taurina de San Sebastián, el Parlamento nacional
deberá decidir sobre la iniciativa legislativa popular que solicita que la
fiesta sea declarada bien de interés cultural; y entre los asuntos pendientes
del renovado Tribunal Constitucional figura el recurso de inconstitucionalidad
presentado en octubre de 2010 por el PP contra la prohibición de los festejos
taurinos en Cataluña.
En suma, una crisis artística,
económica, social y política que acorta las colas en las taquillas y desorienta
a los taurinos. La fiesta está desnaturalizada y sus protagonistas —taurinos y
aficionados— difieren en el análisis de la situación y el tratamiento a seguir.
Quizá por eso, entre la pérdida de identidad, la indiferencia política, la huida
de los espectadores, las dificultades económicas de empresarios y ganaderos, la
subida del IVA, la peligrosa desunión de los sectores taurinos y el insolidario
personalismo de las figuras da la impresión de que la fiesta se desploma; y que
lo hace de manera irremediable.
El Constitucional debe decidir sobre la prohibición de las corridas en
Cataluña
“Decadencia es la palabra que
mejor define la situación actual de la fiesta de los toros; y no por culpa de
la crisis económica, sino porque se ha perdido la emoción, y el toro carece de
las condiciones necesarias para la lidia; así, la corrida ha derivado en una
fiesta social como consecuencia de la mala intención de quienes han preferido
convertirla en un espectáculo mediocre”. Así de rotundo se muestra Juan Antonio
Arévalo, exsenador socialista y uno de los grandes defensores de la pureza de
la lidia. “Hay otros espectáculos, como la ópera, que se defienden muy bien
porque ofrecen calidad”. “La crisis interna de la fiesta es anterior a la
económica”.
Juan Manuel Albendea, diputado
del PP en el Congreso, presidente de su Comisión de Cultura y reconocido
intelectual taurino, coincide. “No cabe duda de que la fiesta está en crisis. Y
los motivos son varios: primero, una evidente pérdida de casta y de pujanza de
las ganaderías preferidas por las figuras, lo que no ocurría en la primera
mitad del siglo XX; después, la mutilación de la corrida, de modo que la suerte
de varas, tan hermosa cuando se ejecuta bien, tiende a desaparecer y con ella
los quites del primer tercio. Y por último, la monotonía en las faenas de
muleta. Aunque se toree con temple y mando, la mayor parte de ellas tienen el
mismo corte, y falta el ingrediente fundamental, que es la emoción”.
Lo cierto es que abundan los que
se visten de luces (712 matadores de toros estaban registrados a finales de
2010) y los que van, generalmente, de negro (1.098 son las ganaderías en
activo), pero hay que buscar con lupa un toro encastado, y solo José Tomás
tiene la fuerza necesaria para arrastrar multitudes. Está claro, no obstante,
que este torero tiró la toalla hace tiempo porque ni ha querido antes ni puede
ahora ser el mesías prometido. Las tres corridas de su minitemporada en 2012
(Badajoz, Huelva y Nimes) no son aval suficiente para ostentar liderazgo alguno.
Y, después de él, nadie. Ningún torero, ni siquiera los relumbrantes Morante,
Manzanares y El Juli, tiene tirón para asaltar la taquilla.
Un exsenador compara los toros con la ópera para recuperar calidad
Un taurino como Fernando Cepeda,
torero de arte, dedicado al apoderamiento del diestro Miguel Ángel Perera,
tiene una opinión muy diferente: “No creo que haya crisis ni en el toro ni en
los toreros; y yo siempre he escuchado la misma canción. Hoy contamos con una
baraja de toreros importantes, y todas las ganaderías tienen su momento, y unos
años embisten más que otros”.
Por otra parte, la necesaria
austeridad y los ajustados presupuestos públicos y privados inciden sobremanera
en el número de festejos, que han disminuido de forma alarmante, en la misma
medida que lo hacen los espectadores. He aquí algunos datos reveladores: según
el Ministerio del Interior, del año 2007 al 2010, el número de festejos
taurinos ha descendido un 34,5%; Andalucía, que es la comunidad donde se
celebran más espectáculos, disminuyó el número en un 51,76% en el mismo
periodo; en 2011 se celebraron 399 corridas menos que en 2007; y de enero a
junio del presente año, 27 festejos menos que en el mismo periodo del año
anterior. Es verdad, no obstante, que el descenso más importante se produce en
las novilladas con o sin picadores y, particularmente, en las plazas de
tercera.
Según el portal mundotoro.com,
entre España, Francia y América, 92 plazas de tercera categoría han dejado de
celebrar festejos y numerosas ferias han reducido sus abonos.
Respecto a la asistencia, dos
botones de muestra: la venta de los abonos de la Feria de Abril de Sevilla bajó
un 17% en relación con el año pasado, y en la reciente de San Isidro solo tres
tardes colgó el cartel de “no hay billetes”. Ya es habitual que el aforo de una
plaza de primera en feria de postín solo se cubra en tres cuartas partes. El
empresario de la plaza de Las Ventas, José Antonio Martínez Uranga, reconoce la
situación, y considera que “la caída espectacular de novilladas afecta de forma
directa al llamado relevo generacional, que tiene dificilísimo sumar
experiencia y cierto nombre”. “En los dos últimos años”, añade, “se ha
producido un evidente bajón en la asistencia de espectadores, y solo algunas
plazas y ferias muy consolidadas, como la de Madrid, consiguen mantener las
cifras de años anteriores, aunque en el caso de la capital el número de
abonados en 2012 ha caído un 1% con respecto al año anterior”. Este mismo
análisis lo comparte el empresario de La Maestranza de Sevilla, Eduardo
Canorea, quien afirma que la crisis económica afecta a la línea de flotación
del negocio taurino, y que, a excepción de Pamplona, todas las plazas se
resienten.
En tres años se ha suprimido el 34% de los espectáculos taurinos
Ambos empresarios destacan las
perniciosas consecuencias de la subida del IVA. “Un golpe más que llega al
núcleo de la supervivencia de la fiesta”, dice Martínez Uranga, al tiempo que
Canorea, que admite que el espectáculo es caro, afirma que “el futuro se va a
resentir mucho”. El diputado Albendea lamenta la nueva situación y afirma que
“quiera Dios que la economía del año próximo permita volver al tipo de gravamen
anterior”. “Lógicamente”, añade, “si antes he defendido el mismo tratamiento
para todos los espectáculos, ahora no tengo fuerza moral para pedir que al
taurino se le dé un trato preferente”. Los dos inciden, además, en otros
aspectos, tales como que la fiesta “está marcada por un creciente, organizado y
bien financiado sector antitaurino, y el alejamiento de muchos medios de
comunicación”.
“Si quieres saber cómo está el
país, asómate a los toros, decía Ortega y Gasset, y lo que yo veo es crisis por
todas partes”, afirma el ganadero Victorino Martín García. Y añade: “Como
reducto de valores eternos, —en los toros se muere de verdad—”, añade, “la
fiesta puede ser el punto de apoyo para la regeneración del país”. “Somos un
reflejo de la sociedad”, añade, “se han perdido valores, al igual que ha
desaparecido el sentido de servicio público”.
La crisis también ha dejado su
huella en el campo. Según la Unión de Criadores de Toros de Lidia (UCTL), el
incremento de los festejos desde 1987 a 2007 (de 459 corridas a 1.084, un 236%
en 20 años) produjo un aumento de un 30% en el número de ganaderías y se
multiplicó por 2,5 el censo de animales. La disminución progresiva de los
festejos, los altos precios de los costes de las materias primas, la sequía y
la estabilización del importe de las corridas lleva al presidente de la UCTL,
Carlos Núñez, a afirmar que “la situación del campo bravo es dramática y caótica,
por lo que el sector ganadero está obligado a una reestructuración”. A su
juicio, “hay que abaratar la organización de los espectáculos, porque en el 98%
de los casos en los que se lidian toros en plazas de tercera no se cubren,
siquiera, los costes de producción del animal”.
En este sentido, Victorino Martín
opina que la primera medida es respetar al toro y pensar más en la esencia de
la lidia que en la brillantez del torero. Canorea enfatiza que hay que
“escarbar en la bravura y en la emoción”, porque “con toreros y empresarios
acomodados no alcanzaremos ninguna meta”. Martínez Uranga aboga por “la
cohesión de los sectores interesados para desarrollar un plan estratégico”, y
Cepeda está convencido de que “hay que plantearse un cambio de estructura de la
fiesta a partir de la unión de todos los sectores”.
Victorino Martín apela al “valor eterno” de la fiesta para “regenerar
España”
¿Y la política? Pocos son los que
creen en su aspecto salvífico. Victorino lo tiene claro: “Los políticos están
acomplejados con los toros, y yo solo creo en el pueblo”. Arévalo es taxativo:
“Que los ganaderos críen un toro pujante y verán cómo cambian las cosas”.
Escéptico se muestra Canorea: “La fiesta solo podemos salvarla personas que no
hemos dado la talla: toreros, ganaderos, empresarios, periodistas y
administraciones públicas”. Albendea, conciliador: “No conviene perder la
esperanza de que la fiesta algún día resurja”. Y Cepeda, esperanzado: “Si el
Constitucional nos diera la razón, sería un precedente muy bueno”.
A pesar de todo lo que antecede,
es de esperar que se imponga la cordura antes de que sea demasiado tarde. A fin
de cuentas, el espectáculo taurino es una actividad que genera 2.500 millones
de euros anuales —el 0,25% del PIB—, y ofrece trabajo a 200.000 personas.
Y, por si fuera poco, el toreo es
algo más que un negocio; el toreo es un sentimiento, polémico, es verdad, pero
hondo para quienes entienden que el toro es protagonista de un modo de entender
la belleza. Y la belleza debe ser cuidada para que nunca se desplome…
¿UN BIEN ECOLÓGICO?
ANTONIO LORCA
El toro bravo es un defensor del
medio ambiente; un valor fundamental para el mantenimiento de la dehesa, un
ecosistema único y exclusivo de la Península ibérica. “Si desapareciera el
toro” —decía hace algún tiempo en estas mismas páginas José Luis
García-Palacios, ganadero y presidente de la Asociación Agraria de Jóvenes
Agricultores (Asaja) de Huelva— “se perderían las 500.000 hectáreas de dehesa,
—una séptima parte del total—, por lo general las de mayor calidad, que ocupan
las 1.094 ganaderías españolas”. “La dehesa” —insistía— “es la forma de
explotación más inteligente que el ser humano ha desarrollado en la naturaleza;
es un sumidero de CO2, fija la población de los medios rurales y, desde luego,
existe gracias a la rusticidad del ganado bravo, que aprovecha sus condiciones
durante todo el año”.
Este es el argumento de cabecera
de quienes dedican su tiempo y su trabajo a la cría del animal más emblemático
de nuestro país, una joya del patrimonio genético de las razas ganaderas
españolas.
Son los ganaderos, verdaderos
genetistas autodidactas —gestores ambientales se denominan a sí mismos—, los
padres del toro, una criatura que es fruto de una intensa labor de selección
basada en la tradición, la observación del comportamiento de las reses y los
gustos —y también las imposiciones— de toreros y público.
Y así llevan ya tres siglos. En
ese empeño continúan hoy las ganaderías bravas, asentadas en todas las
comunidades autónomas, a excepción de las Islas Canarias, Galicia, Asturias y
Cantabria. La cabaña consta de 148.000 hembras y 88.000 machos, y su presencia
mayoritaria radica en Andalucía, Castilla y León y Extremadura.
Los criadores están agrupados en
cuatro asociaciones; la más importante es la Unión de Criadores de Toros de
Lidia (UCTL), que reúne a 368 ganaderías, entre las que figuran las de mayor
prestigio y solera.
Un informe de esta asociación
señala que la crianza del toro bravo es, de todas las producciones animales, la
más cara y laboriosa, y la que conlleva más riesgos e incertidumbres. El coste
de producción de un toro de lidia, cuya edad mínima es de cuatro años y máxima
de seis, supera los 4.500 euros; tan solo el 6,5% del censo ganadero se lidia
en las plazas de toros y por cada animal válido es necesario mantener 15
cabezas de ganado.
Lamentan los ganaderos el
desorbitado aumento de los costes de producción (alimentación, gasóleo,
salarios…), agravados por la sequía, al tiempo que los precios de venta de las
reses en 2012 son inferiores a los de hace 20 años: una corrida se mueve entre
los 24.000 euros para las plazas de tercera y 90.000 euros para las de primera.
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