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lunes, 13 de enero de 2014

LAS CASTAS DEL TORO Y LA CASTA EN EL TORO


Toro antiguo de Isaias y Tulio Vazquez / Casta Vistahermosa / Encaste Garcia Pedrajas

LA CASTA
 JPM / JLPG

El diccionario de la Real Academia Española define la palabra casta como “generación o linaje”.

Según la Academia, “es el conjunto de los genes existentes en cada uno de los núcleos celulares de los individuos pertenecientes a una especie o familia, responsable, después de sufrir la influencia ambiental, de determinar el aspecto morfológico y funcional final del individuo. Es el conjunto de la información genética de un individuo, heredada de sus padres y contenida en los cromosomas”.

Se trata por tanto del genoma específico, en forma de ADN, y que, junto con la variación ambiental que influye sobre él, codifica el fenotipo del individuo.

“Es el conjunto de individuos pertenecientes a la misma raza, ligados por vínculos de sangre, y cuyas características particulares sirven para caracterizar a cada ganadería” (Miura)

En la evolución del toro de lidia el término "casta", arriba mencionado, tiene capital importancia. Es un concepto algo intangible que en los estudios zoológicos del ganado bravo se define como "conjunto de sucesión de individuos de la misma especie, de origen común, y caracteres similares transmisibles por herencia."

Termino este que también se define variando su acepción. CRUZ (1991) atribuye al término casta, en el contexto taurino, “dos significados; por un lado, se ha utilizado y se utiliza como sinónimo de línea pura, y, por otro, los criadores y críticos actuales lo equiparan con nervio, genio, dureza, etc. haciéndolo incluso equivalente al término bravura”.

Abundando en la primera de dichas acepciones, PAÑOS MARTI (1967) define la casta, como “la línea de ascendencia o descendencia de cualquiera de los hierros actuales”,

Y URIARTE (1970) la considera como “el conjunto o sucesión de individuos de la misma especie, de origen común, y de caracteres similares transmisibles por herencia”.

Según este último autor, cada casta constituye una familia o gran variedad de la raza, distinguiéndose de las demás por el tipo, la conformación y las condiciones para la lidia, poco perceptibles a veces pero que se transmiten de generación en generación. Tienen características propias impresas por la selección del ganadero. Es una línea de ascendencia o descendencia de cualquier familia, llevando implícita la idea de cierta uniformidad respecto de algún carácter hereditario.

En principio, las castas se equipararon con los ecotipos o variantes ligadas al medio, hablándose de las castas Navarra, Castellana o de la Tierra y Andaluza, como las de características más nítidamente diferenciables. Podría afirmarse que estas tres son las castas originales, pues Navarra, Castilla y Andalucía han dado toros con peculiaridades suficientes para distinguirlos y clasificarlos como diferentes.

El toro andaluz es de piel suave, extremidades cortas y lomos rectos, con poder y nobleza; el castellano es de pelo más basto, corpulento y de extremidades largas, con mucha "cuerna" y resistencia; y el navarro, poco corpulento, cornicorto y muy bravo.

COSSIO también clasifica las castas en función de su origen geográfico en Andaluza, Castellana y Navarra. Señalando que de la Andaluza derivan las actuales castas Vistahermosa y Vazqueña. Además, hace referencia al ganado bravo existente en Portugal y Francia, el cual participaría en la formación del vacuno de lidia asentado en estas zonas.

Para éste autor, en Portugal habría existido una raza de toros del país, pero la mayor parte se cruzaron con reses españolas y, posteriormente, se importaron ganaderías completas.

El cruzamiento del ganado del país con animales españoles habría producido un tipo de toro duro, corpulento y poderoso, de lidia arriesgada. Un claro ejemplo lo representa la ganadería de Pereira Palha, formada con vacas del país cruzadas con sementales de Concha y Sierra y de Miura.

El ganado bravo portugués pertenecería a la raza mediterránea, como el andaluz, pero los cruces con las variedades del Norte de Portugal, análogos a la Rubia Gallega, habrían originado un animal más basto, de mayores dimensiones y grandes cuernos, así como con tendencia a la mansedumbre.

La capa más común es la leonada con las extremidades más oscuras o negras, abundando los ojo de perdiz, mucosas rosadas, frente deprimida, órbitas salientes y perfil general de la cabeza cóncavo.

Por su parte, la casta francesa, criada en estado semisalvaje, habría producido ejemplares duros, ásperos y con bravura más o menos depurada. La capa de este ganado es ordinariamente negra o colorada. La alzada es menor de 1,30 metros; los cuernos son negros y delgados, aunque largos y muy levantados; el cuello es largo, el pecho estrecho como la grupa, y sus extremidades largas; pero los machos adultos se caracterizan por ser corpulentos.

Es ganado muy rústico y de gran resistencia y energía, lo que le hace apto para la lidia y también para el trabajo a que se le dedica en el país.
Posteriormente, el concepto de casta se restringe, pasando del amplio criterio regional a uno más limitado y concreto y unido a determinadas ganaderías.

En el siglo XVIII surgen una serie de vacadas principales, de las que, con el correr de los tiempos, derivaron los actuales vacunos bravos.

Estas ganaderías, por su relevante importancia, han sido consideradas como castas fundacionales y matriz de la cabaña brava existente en nuestros tiempos. De algunas de ellas apenas quedan vestigios, mientras que otras han logrado imponer su presencia y son absolutamente mayoritarias.

La mayoría de los autores se acogen a esta clasificación más restrictiva y coinciden al describir las castas Vistahermosa, Jijona, Cabrera, Navarra, Vazqueña y Gallardo.

Con una aceptación menos extendida existen referencias a las castas Raso del Portillo, que se identificaría con la Castellana, la Espinosa y Zapata, la Díaz Castro- Castrojanillos y la Jiménez, la Vega-Villar y la Coquilla. Sin embargo, las dos últimas no serían castas sino líneas dentro de la casta Vistahermosa.

El Concepto de Casta para los Ganaderos

El enfoque sociolingüístico advierte que para los ganaderos la casta resulta un vocablo contradictorio. Un término impreciso, polisémico y ambiguo. Y todos dan cambios del léxico taurino de unas épocas a otras. (Jorge Ramón Sarasa)

Así, a los rasgos positivos de la casta, también se les llama actualmente raza (respecto de la lidia), y transmisión (respecto del público). Para los ganaderos, la voz casta polariza dos concepciones opuestas del toro de lidia. El toro encastado, sospechoso de ofrecer dificultades para la lidia, y el toro bravo, sospechoso de bondad.

Sin embargo, todos coinciden al pronunciarse que el toro perfecto reúne casta depurada y bravura.

Para FENÁNDO DOMECQ, representante de la ganadería de Zalduendo, “La casta es posiblemente más una resultante que una característica. Es una entrega no ciega. Es decir, cuando hay entrega ciega, bravura real, difícilmente cabe el componente de casta, que es lo contrario a las ganas de coger todo. La casta es una defensa dentro de un nivel de bravura menos necesario".

JUAN PEDRO DOMECQ SOLÍS, (q.e.p.d.), aseguraba que, "La casta para mi es lo mismo que la raza y la fiereza. Y la raza es la fiereza, la capacidad del animal de transmitir emoción al público en cada una de sus arrancadas”.

MOISÉS FRAILE, titular de la ganadería El Pilar, la define como "la cualidad por la que el toro transmite indomabilidad, por ejemplo a través de la movilidad".

Para JOAO FOLQUE, ganadería de Palha, la casta es "ganas de luchar" y raza es “temperamento”.

VICTORINO MARTÍN hijo: "Es lo que hace al animal que se pueda decir que es de lidia; es decir, hay que distinguirlo de un animal doméstico. Por la casta se define al toro que tiene temperamento, es la que hace que el animal tenga carácter. Así, la buena casta es la bravura, y la mala es el genio. Para mí la casta y la raza es lo mismo”.

FERNANDO CUADRI a Iñigo Crespo -Aplausos: Nuestra selección al cabo del tiempo ha sido buscar un equilibrio real entre la casta, la bravura y la nobleza. Ponle los matices que quieras, pero en esas tres pautas se asienta el toro que buscamos desde hace décadas en casa. De las tres la esencial es la casta como fuente de emoción que es lo que provoca la bravura que al final hace desarrollar al toro la movilidad y una nobleza agradecida después de superar las complicaciones iniciales. (...)La nobleza como tal no existe a la hora de definir un toro bravo. Un toro noble que no sepa hacer otra cosa es al final un toro tonto.

Sin embargo desde este concepto existen una gran variedad de castas de ganado bravo cuya distinción se basa en el tipo, conformación y condiciones de lidia, pero todas ellas tienen en común que sus miembros despliegan la acometividad defensiva de su territorio y la ofensiva en terreno neutral.


LA CASTA COMO CARACTERISTICA Y COMO CONDICION

MIGUEL ÁNGEL PERERA en el diario AS: “No creo en la casta, creo en la forma de embestir”.........?????????


En defensa de la casta


El concepto de casta, lo hemos definido en alguna ocasión como la capacidad del toro para acometer, para buscar pelea incesantemente, para dar la cara en todas las suertes, para luchar y vender cara su vida. Y ello al margen de la bravura o mansedumbre, de la boyantía o nobleza en la muleta o del peligro y las complicaciones. El toro bravo, obligadamente debe estar encastado; es condición imprescindible. Pero el manso puede tenerla o carecer de ella; lo mismo que un toro noble puede poseerla o estar ayuno de la misma y un toro bravo puede ser más o menos noble.

La casta se demuestra en esa condición constante de movilidad –entendida como esa actividad constante, galope, con recorrido, ritmo, agilidad y rapidez- y de acometividad; un toro inmóvil, quedado o parado, rara vez la tendrá. No confundan este parado con uno de los estados naturales del toro en la plaza, como lo definen las tauromaquias clásicas: levantado, parado y aplomado. Este concepto clásico de “parado” se refiere al toro que después de haber pasado por la suerte de varas y banderillas llega a la muleta con sus fuerzas ya mermadas y sin esos ímpetus que suele mostrar de salida. Cuando un toro se para, es decir, tardea, le cuesta acudir a los engaños, apenas embiste o casi ni se mueve, ese toro carece de casta, o se encuentra ya tan fatigado por el combate que lo situamos entre los aplomados.

La casta es esencia de la tauromaquia. La base y fundamento de la fiesta se encuentra en la existencia de un toro, una variedad de bóvido, que tiene la imprescindible característica de la embestida, y eso es, precisamente, lo que le distingue de otras razas como la limousin, la gallega, la holandesa o la suiza... El toro de lidia, embiste; los otros no suelen hacerlo y si alguna vez lo hacen, es fugazmente y huyendo ante el castigo. 

El toro de lidia, por el contrario, embiste, acomete, busca pelea, se crece ante el castigo si es bravo, o se defiende y llega complicado y con brusquedades a la muleta si es manso. No confundan bravura y mansedumbre con casta o su ausencia.

Decíamos que la emoción nace del riesgo, de la autenticidad de la fiesta. Y es que la fiesta se basa en ese toro que embiste y que puede coger, y un torero que lo evita con valor, técnica, clase, arte, estética y gusto. De ahí nace la emoción, y no el aburrimiento. 

Las sugestiones, por más colectivas que sean, son otra cosa. La materia prima de la fiesta es ese toro y un torero. Probablemente a muchos críticos les guste más el toro ñoño e inválido, ese que sale día sí, día también, el que se mueve de forma sumisa y borreguil ante el engaño, el que se cae sin cesar durante toda la lidia y apenas puede con el rabo, el que se mueve penosamente entre la muerte súbita y el derrumbe estrepitoso, el que entra al paso como a cámara lenta, el que anda –cuando lo hace- arrastrando pies y manos. Ese es el toro que se canta como prodigioso tantos días, y a ese -apenas semoviente- se le hacen esas mil faenas portentosas que aclaman y proclaman tantos. 

A nosotros, sin embargo, nos gusta el toro en su integridad y el torero honesto que puede con él, lo domina y somete al mandato de su muleta, y añade las imprescindibles gotas –o torrentes cuando así se poseen- de clase, arte y estética. Pero siempre con la verdad por delante; con el toro de lidia y no con la babosa borreguil indecente y medio muerta.

De ahí que nos dolamos de la principal de las carencias del momento: la casta, la acometividad, esas ganas de pelea, su repetición incesante pese al castigo recibido, pese a la merma de facultades en la lidia. Como no tomemos –todos- medidas en este aspecto la fiesta va a acabar por estrellarse contra el duro pavimento de la falta de interés y de las críticas de los antitaurinos.

Se ha buscado un toro tan cómodo para el torero, que no le moleste y exija tan poco en su embestida, que entre a una velocidad tan exigua y moderada –siempre sin excesos-, que se ha ido fabricando el antecesor directo del toro manso y descastado. En los propios estudios genéticos de la Unión de Criadores, para valorar la bravura, la movilidad y la acometividad –dos de las características en las que se funda la casta- son condiciones casi antagónicas a la toreabilidad y nobleza, ambas ya muy próximas al carácter de mansedumbre. De ahí que muchas vacadas hayan dado ya ese nefasto paso al frente; y basadas en desechos más o menos selectos –más bien menos- de ganaderías dulces y bobaliconas, se han convertido en un semillero constante de reses sosas, mansas, sin casta, sin acometividad, que deslucen cualquier corrida y a las que sólo algunos escogidos son capaces de sacar algún partido, precisamente aquéllos dotados de una sensibilidad fuera de norma y unas cualidades estéticas excepcionales.

La fiesta de los toros, con ello, va camino de un aburrimiento infinito, cambiada desde su misma concepción, de lid en tratamiento terminal de un pobre e indefenso animal preagónico. En las manos de los buenos ganaderos está la única solución: la búsqueda incesante de casta y de bravura y el destierro de ese nefasto término que han dado en llamar “toreabilidad” y que sólo esconde borreguez insulsa en las más de las ocasiones.

Costó muchos más años ir seleccionando un toro verdaderamente bravo, que embistiese franco, noble, claro y bravo a los engaños o al caballo. Es verdad que ya hubo reses bravísimas en el siglo XIX o incluso en el anterior, especialmente en varas, conservando después buenas cualidades para el incipiente y embrionario último tercio, pero abundaban los toros más mansos que bravos, más broncos que nobles, más complicados que sencillos. 

Y…¡atención!, han bastado unos pocos años de selección para y por el torero para que una buena parte de la cabaña brava española, pierda su adjetivación y camine de vuelta a sus verdaderos orígenes: al buey para el arado, para la carreta, o para carne de matadero. Selección, contra la verdadera naturaleza, la de una raza creada artificialmente por el ganadero del XVIII y XIX que hoy es un verdadero tesoro genético para España. 

Si antaño siempre se seleccionó buscando la acometividad y la bravura –sobre todo en el caballo-, en las últimas décadas se ha ido buscando el toro artista -¡como si fueran seres humanos, empeñado su intelecto y su creatividad en las embestidas borreguiles!-, el astado colaborador, o peor aún, el bicho que no moleste –último concepto puesto en marcha, camino de la mansedumbre más absoluta-.

Mal camino llevamos en la derrota de la fiesta, tiempo es de que todos los aficionados reflexionemos sobre cuál es el rumbo que debe llevar la crianza y selección del verdadero toro de lidia.




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