Si hay algo que me fascina en el toro de lidia es el misterio que encierra. Te pasas años y años viendo toros en el campo y en la Plaza, analizando anatomías y linajes, estudiando comportamientos, valorando estampas o interpretando cruzas y acabas por creértelo: el toro de lidia debe tener una serie de connotaciones genotípicas (rasgos propios de sus genes) y fenotípicas (genotipo más ambiente) que respondan a los valores propios del árbol genealógico de que proceden, esto es, del encaste que se ha ido fraguando y consolidando a través de varias generaciones.
De ahí extraemos una conclusión: el tipo. Los toros tienen su tipo, como los individuos de la raza humana se distinguen por unos rasgos anatómicos característicos, atendiendo ambos a su fehaciente diversidad. Y, en seguida, concluimos: si a los toros bravos los sacas de tipo, alteras de facto su carácter. La cuestión es de tan aplastante lógica que acaba por ser concluyente, definitiva e infalible. Craso error.
F.Fernandez Roman El Zasca de Rehuelga.
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