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El
comportamiento del toro es un fenómeno complejo en el que intervienen todos sus
elementos anatómicos y fisiológicos que están en conexión con el medio
ambiente, siendo la visión uno de los más determinantes. Por ello, es
fundamental conocer algunas de las características básicas de la capacidad
visual que posee el toro para poder comprender mejor su comportamiento durante
el encierro.
I.- Capacidad visual del toro
1)
Campo visual
El
toro, como herbívoro que es, tiene miedo a sus predadores, lo que le lleva a
permanecer vigilante continuamente para poder huir de cualquier amenaza de
ataque. Por ello, a lo largo de millones de años ha seguido una evolución
anatómica que, entre otros detalles, le ha llevado a tener situados los ojos en
una posición lateral de la cabeza, con lo que dispone de un amplio campo visual
panorámico, que viene a ser de unos 300º aproximadamente y en el que sólo queda
excluida la sección que ocultan sus cuartos traseros. De esa forma puede
controlar su entorno mientras realiza todas sus actividades de conducta
habituales.
Los
ojos del toro están separados por el hueso frontal, cuya anchura viene a ser de
unos 30 centímetros. Si bien esa disposición le otorga unos amplios campos de
visión lateral con cada uno de sus ojos (visión monocular), por el contrario le
provoca que al frente tenga un menor campo de convergencia ocular o, lo que es
lo mismo, de visión con los dos ojos (visión binocular).
Como
únicamente se obtienen imágenes tridimensionales cuando se mira con los dos
ojos, el toro sólo dispone de ese reducido campo de visión binocular para
lograrlas y, así, poder realizar un perfecto cálculo de la distancia real a la
que se encuentra un elemento extraño. Por ello mismo, no resulta tan precisa la
información que obtiene cuando capta la imagen de ese elemento extraño dentro
del campo de visión monocular, lo que le provoca una gran desconfianza. Del
mismo modo, el toro siente una gran desconfianza o temor cuando es consciente,
aunque no lo pueda ver, que un elemento extraño se encuentra en la zona ciega
situada tras sus cuartos traseros.
Por
otro lado, esa disposición lateral de los ojos con el hueso frontal de por
medio conlleva otra contrariedad para el toro: que tiene un espacio de visión
nula delante de su cara cuando mira al frente en busca de obtener una visión
con los dos ojos. Ese espacio de visión nula tiene forma de un triángulo
isósceles, cuya base es la hipotética recta que hay de ojo a ojo, y sus lados
son sendas líneas que van desde cada uno de los ojos hasta el punto de
convergencia que le permite el hueso frontal y el tabique nasal. La distancia
media a la que se encuentra ese vértice del triángulo de visión nula es de un
metro, aproximadamente. Es decir: el toro no ve absolutamente nada en un área
frontal triangular que tiene su vértice a un metro de la frente; y, además, a
ese área de visión nula hay que adicionarle otra zona de visión difusa, también
triangular y cuyo vértice se aleja del anterior hasta el punto donde, además de
poder ver, cada animal en particular logra un enfoque nítido de la imagen.
Campo
visual del toro. En gris: visión nula. En verde claro: visión binocular. Resto:
visión monocular
Ese
logro evolutivo de tener una amplia visión panorámica se complementa con una
característica del ojo: que sus pupilas son horizontales. Con ello puede
percibir mejor las líneas verticales que las horizontales, lo que le permite
pastorear al mismo tiempo que vigila todo el entorno que capta con su visión
panorámica. El inconveniente que conlleva esa circunstancia es que no le permite
la visualización de objetos muy cercanos ubicados por encima de la línea de su
cabeza. Salvo que éstos se muevan.
Ese
cúmulo de características adaptadas para poder ver en las grandes distancias y
captar movimientos acarrea que, en cambio, tengan dificultades para enfocar la
vista rápidamente en los objetos cercanos, debido a que sus músculos oculares
son débiles, lo que explica los fuertes sobresaltos que sufren cuando algo se
mueve repentinamente cerca de ellos.
Otro
detalle más es que es muy sensible a los contrastes de luz y de sombra, por lo
que tiene una gran tendencia a moverse desde las zonas de escasa iluminación
hacia otras mejor iluminadas, pero nunca se acercará a una luz cegadora.
2)
Discriminación de colores
La luz
es la parte de la energía radiante electromagnética capaz de sensibilizar el
ojo produciendo el mecanismo de la visión. Su longitud de onda está comprendida
entre 380 nm y 780 nm. Esa energía es captada en la retina por unas células
que, a su vez, se encargan de transformarla en impulsos eléctricos para
transmitirlos por medio del nervio óptico hasta el cerebro, que es donde se
obtiene la sensación del color.
En la retina hay dos tipos de células especializadas en recibir esa energía: los conos y los bastones. Los conos actúan con luz intensa, ofreciendo una buena resolución de imagen y permitiendo la visión de los colores. Por el contrario, los bastones funcionan con poca luz, permitiendo ver en condiciones de penumbra, pero sin ofrecer ni una buena resolución ni información de los colores.
En la retina hay dos tipos de células especializadas en recibir esa energía: los conos y los bastones. Los conos actúan con luz intensa, ofreciendo una buena resolución de imagen y permitiendo la visión de los colores. Por el contrario, los bastones funcionan con poca luz, permitiendo ver en condiciones de penumbra, pero sin ofrecer ni una buena resolución ni información de los colores.
Para
obtener la percepción del color, los conos poseen unos pigmentos que son
sensibles selectivamente a cada una de las diferentes longitudes de onda que
tiene cada color primario: uno para las longitudes de onda largas (luz roja),
otro que es sensible a las longitudes de onda media (luz verde) y un tercero
con mayor sensibilidad a las longitudes de onda cortas (luz azul). De la mezcla
de varias de ellas resultan las distintas gamas de colores, y con la
superposición de todas juntas se obtiene el blanco.
Pues bien, dependiendo del número de conos con pigmentación diferente que tenga una especie animal, su visión se clasifica en:
Pues bien, dependiendo del número de conos con pigmentación diferente que tenga una especie animal, su visión se clasifica en:
-Monocromática: los que sólo tienen un tipo de
cono (los mapaches y las salamandras, por ejemplo).
-Dicromática: los que tienen dos tipos de
conos (la inmensa mayoría de los animales, entre ellos el toro).
-Tricromática: los que tienen tres tipos de
conos (el hombre y los primates).
-Tetracromática: los que poseen cuatro a más
conos, por lo que pueden captar incluso la radiación ultravioleta (aves,
reptiles y peces).
Refiriéndonos
a los bóvidos y más concretamente al toro, es aquí donde surge uno de los
debates más típicos: ¿El toro capta el color rojo? Y, en caso afirmativo: ¿El
toro siente un especial estímulo para embestir a objetos de color rojo?
Habiéndose
superado teorías antiguas que defendían que el toro no distinguía tan siquiera
los colores y que su visión era en blanco y negro, o sólo con distintas
tonalidades de grises; actualmente todos los investigadores ya mantienen que el
toro tiene una visión en la que capta los colores, pero que sólo es
dicromática. Es decir que sólo tiene dos tipos de conos y que, por lo tanto, no
es capaz de captar uno de los tres colores básicos (que recordemos son el rojo,
el verde y el azul).
¡Sí! ¿Pero cuál de ellos?
La
teoría más generalizada, o más clásica, indica que el toro tiene una visión
dicromática con conos que son más sensibles a la luz amarillenta-verde (552 a
55 nm) y a la azul-purpúrea (444 a 445 nm). Ello conllevaría que no posee conos
con una pigmentación que le permita captar las longitudes de onda más largas y
que, por lo tanto, no puede distinguir el color rojo. Así, en base a ello, los
defensores de esta teoría mantienen que en el movimiento de los objetos es
donde encuentra el toro el mayor estímulo para embestir, independientemente del
color de esos objetos, y que no hay argumento posible para mantener que el toro
embiste al color rojo.
En
cambio, C.J.C. Phillips y C.A. Lomas, tras un estudio realizado en el año 2001
con novillas de raza frisona, llegan a la conclusión de que el ganado vacuno es
capaz de distinguir la luz de onda larga (luz roja) de la luz de onda media o
corta (luz verde o azul). Y que, sin embargo, comparado con los humanos, el ganado
vacuno muestra una muy limitada capacidad para diferenciar la luz de media
longitud de onda de la de corta longitud, es decir, luz verde de la azul.
Por
otra parte, J.A. Riol, J.M. Sánchez, V.G. Eguren y V.R. Gaudioso realizaron en
1989 un experimento con pruebas de comportamiento operante (el animal
opera-actúa sobre el medio para obtener una recompensa) con un grupo de
novillas de raza de lidia criadas en estabulación desde los 2 meses de edad. Se
evaluó la capacidad de los animales para distinguir siete colores del espectro
visible (violeta, azul, verde azulado, verde amarillento, amarillo, naranja y
rojo) respecto a muestras de gris con una luminosidad equivalente. Los animales
fueron sometidos a 80 ensayos de diferenciación entre cada color y su correspondiente
gris. A partir de los resultados obtenidos en los ensayo del 61 al 80, con un
muy alto porcentaje de aciertos, concluyen que el toro de lidia ve
perfectamente los colores con una longitud de onda entre 550 nm y 700 nm (verde
amarillento, amarillo, naranja y rojo), pero tienen dificultades entre 400 nm y
500 nm (violeta, azul y verde azulado), pues no se alcanzó un nivel
significante de aciertos en esos ensayos.
Resultados
similares han obtenido los polacos B. Dabrowska, W. Harmata, Z. Lenkiewicz, Z.
Schiffer, R. J. Wojtusiak.
Así,
según esta otra línea de investigadores, habría que decir que la atención que
el toro pueda mostrar durante un festejo a un determinado estímulo no tiene
porqué deberse exclusivamente al movimiento de éste, sino que también puede
venir motivada por su color. Y que el toro podría acometer con mayor ímpetu
contra estímulos de color rojo, naranja o amarillo, que favorecen dicha
reacción, frente a otros estímulos de color verde, azul o violeta.
Como
último apunte a esta sección, cabe señalar que una visión dicromática, como la
del toro, puede servir para tener una mejor visión nocturna y para detectar
mejor los movimientos.
II.- Zona de fuga
II.- Zona de fuga
Se han
podido corroborar a través de trabajos etológicos que técnicas que se vienen
usando tradicionalmente para el manejo de animales herbívoros que viven en
manada está relacionadas con principios básicos de comportamiento de este tipo
de animales en los que la visión juega un papel importante.
Toda
persona que quiera acercarse a un toro, o a un grupo compacto de ellos, debería
conocer las reacciones que puede tener ese animal o ese grupo dependiendo del
lugar en que se sitúe dicha persona.
Así, ya
vimos al tratar la sección del campo visual que el toro tiene una visión
periférica de unos 300º y que sólo detrás de él tiene una zona ciega en la que
no es aconsejable situarse para no generarle intranquilidad.
Al
margen de esa concreta posición, está comprobado que el punto concreto de la
cruz del toro actúa de eje determinante en su comportamiento respecto a una
persona que se sitúe junto a él. Un toro se moverá hacia delante si una persona
se ubica por detrás de la línea de su cruz; y, al contrario, el animal
retrocederá si la persona se coloca delante de ese eje.
Estos
dos apuntes quedan comprendidos dentro de un principio de comportamiento más
amplio que es conocido como la zona de fuga (que en el caso del toro también
puede ser de embestida, lógicamente, aunque seguiré denominándola con el nombre
genérico de “fuga”).
Figura
de la zona de fuga
Directamente relacionado con su campo de visión, el toro tiene un área o espacio que considera propio y cuya amplitud dependerá del lugar donde se encuentre, de su grado de bravura o mansedumbre, del nivel de excitación o de calma, de quien se acerque, de la forma de acercarse a ese área, etc. Así, un caballo muy manso no tiene zona de fuga y cualquier persona puede acercarse, tocarlo y no se alejará.
En la figura anterior se ha dibujado alrededor del toro un círculo representativo de lo que podría ser su zona de fuga, y dos posiciones factibles para señalar las reacciones que se pueden producir en el animal. Si una persona se mueve fuera de la zona de fuga, posición “0”, el animal permanece parado o se detiene, si es que se le estaba moviendo. Si una persona entra dentro de la zona de fuga, el animal se moverá. Se ha señalado como posición “1” un lugar situado detrás del punto de balance, lo que implicaría que, si alguien se sitúa ahí, el animal se movería hacia delante. Lógicamente, una hipotética situación que se marcase con el número “2” y que estuviese delante del punto de balance implicaría que el animal retrocedería.
De todos los animales que observan este principio de la zona de fuga, el toro de lidia es uno de los que sigue unas pautas con algún grado de relatividad respecto al tipo de movimiento que iniciaría, pues su instinto a poder optar entre huir o embestir cuando se siente acosado puede hacer variar ese parámetro.
III.-Posibles comportamientos
del toro en un encierro relacionados con su capacidad visual
El comportamiento de un toro es un fenómeno complejo en el que intervienen muchos elementos y factores. Especialmente trascendente es el de su visión. No obstante, como indicaba al final del capítulo anterior, su instinto a poder optar entre huir o embestir cuando se siente acosado puede hacer variar cualquier argumento que se pueda realizar a priori sobre su comportamiento. Teniendo en cuenta esta premisa, vamos a analizar algunos modelos de conducta del toro imaginando supuestos muy-muy generales dentro del imprevisible acto de un encierro.
Tras la salida del corral de suelta, lo primero que percibirá el toro, o la manada de toros, es que se encuentran en un lugar ajeno a su hábitat natural, en un lugar que identifican como amenazante. Así, azuzados desde el corral, su primera intención será la de huir a la carrera de aquel lugar por el único sitio que se les ofrece: en el sentido que le marca el recorrido del encierro.
Si el encierro es de los de escasa participación, el toro puede visualizar la manga en toda su amplitud y por delante tiene metros suficientes para captar con su visión binocular el movimiento de los pocos corredores que se encuentran por delante en el recorrido. La zona de fuga del toro ocupará todo el ancho de la manga y por delante se extenderá hasta donde se lo permitan su visión y la disposición urbana del recorrido.
Por lo tanto, como son pocos los corredores que hay en el recorrido, y todos irán quedando incluidos dentro de la zona de fuga del toro, a todos ellos los asociará como una amenaza, corran por el centro o corran por un lado, y el toro tendrá espacio suficiente para ir divisándolos con antelación, centrar en ellos su mirada binocular, medir la distancia que les separa y lanzarse tras ellos con la intención de embestirles. El toro irá repitiendo constantemente esa pauta de conducta durante todo el encierro.
Ahora bien, si nos situamos en un encierro de alta participación, como puede ser el de Pamplona, nos encontraremos con situaciones muy diversas y ello conllevará, a su vez, distintos tipos de reacciones en el comportamiento de los toros.
Así, cuando en los primeros metros de carrera los toros empiezan a encontrarse a los lados las primeras figuras de corredores en movimiento resulta típica la imagen en el que los toros giran el cuello en dirección a esos participantes, al tiempo que continúan corriendo hacia delante y pareciera que hasta quisieran apartar sus cuartos traseros del lateral tratando de alejarse hacia el centro de la manga.
Evidentemente,
los toros han empezado a captar en los campos monoculares de sus ojos a figuras
en movimiento y, además, a una distancia que en principio notan muy cercana. Al
margen de que es el inicio del encierro y que los toros, ya sólo por eso, se encuentran
en la fase de miedo más aguda, esas apariciones en su campo monocular de
figuras en movimiento es algo que los aterra, de ahí que intenten apartarse de
ellas y que giren sus cabezas para tratar de enfocar su imagen con la visión
binocular. En cualquier momento se puede producir una embestida a cualquiera de
esas figuras laterales, especialmente por los toros que van en el centro de la
manada, pues son los que más sufren con esas apariciones; pero resulta casi más
normal que a los toros les venza el miedo y que sigan huyendo calle adelante
hasta que se van acostumbrando al escenario en el que se encuentran y se
centran en la carrera.
Transcurridos esos primeros metros de carrera, los toros aprecian como los corredores van acortando progresivamente la distancia a la que corren de ellos, lo que provoca que también se vaya reduciendo su campo de visión y, consecuentemente, su zona de fuga. Llegado un momento, los toros llegan a estar prácticamente rodeados de corredores.
Así, en
primer lugar, el toro que abre manada se llega a encontrar con corredores que
consiguen situarse a escasos centímetros de sus astas. Esos corredores, que
corren a una distancia que se antoja inverosímil, se encuentran: o bien en la
zona ciega de visión que el toro tiene a un metro de su testuz, o bien en la
zona de visión difusa por falta de distancia para tener un enfoque nítido. Ese
toro no puede llegar a definir cuál es el “objeto” que tiene delante; de ahí
que, a veces, hasta aparte su cabeza para sobrepasarle en la carrera. Más que
una cornada premeditada por el toro, el mayor peligro para ese corredor que
corre a escasos centímetros de las astas es el de resultar arrollado o
simplemente volteado. Es más común, incluso, que ese toro frene su velocidad y
se amolde a la del corredor que tiene justo delante.
Si ese primer corredor que tiene delante el toro que abre carrera, en vez de
estar a escasos centímetros de las astas, estuviese a una distancia de tres
metros, por ejemplo, ya estaría situado en la zona de visión binocular del
toro. El toro le enfoca perfectamente y calcula la distancia. Pero, en
principio, ese corredor no es su mayor amenaza, sino los corredores que se van
descolgando a sus lados, a los que sólo puede captar con visión monocular. El
toro, por tanto, y en principio, se limita a seguir su carrera hacia delante a
toda la velocidad que le permiten desarrollar sus fuerzas, huyendo más de esos
corredores que percibe a los lados, especialmente los que están tras su punto
de balance, que persiguiendo al corredor que tiene delante. El riesgo para este
corredor queda pendiente del desarrollo futuro de la carrera, del momento del
alcance.
Delante del toro que abre carrera, y también de los del resto de la manada, hay una tercera posición que ocupan algunos corredores: los que están algo más adelantados, pero también algo escorados. El toro, que corre con la vista centrada en su frente, ya no tiene a ese corredor en la zona de visión binocular, sino en la de visión monocular. El toro capta al corredor, pero no le puede definir totalmente; y ello le produce cierta intranquilidad e, incluso, puede llegar a sentirse amenazado por él. El toro se podría sentir tentado en cualquier momento a desviar su trayectoria y embestir a ese corredor. Esa situación se agudiza en aquellos momentos en los que, a la salida de una curva, por ejemplo, se pueda abrir algún hueco entre los participantes y la figura del corredor analizado se haga más concreta.
Las dos siguientes figuras de corredores que rodean al toro ya no están delante, sino a su misma altura.
El corredor que se sitúa a la misma altura de la cabeza del toro se encuentra en la posición más peligrosa. No ya tanto porque esté junto a sus astas, sino porque se encuentra frente por frente a uno de los ojos del toro. El animal puede llegar a sentirse muy amenazado por la figura de ese corredor, tanto por el hecho de estar muy cerca, como por estar en movimiento y, además, en un punto de visión que es únicamente monocular. Todo ello, en conjunto, le aterra al toro y el riesgo que tiene ese corredor de ser embestido es muy alto, pues el toro en cualquier momento puede optar por girar su cabeza y tratar de embestir a ese corredor para quitárselo de ahí.
La
siguiente posición es la que ocupa el corredor que se sitúa junto al toro, pero
detrás de su punto de balance. El toro, que está rodeado por el resto de sus
hermanos de camada y por figuras de corredores, carece totalmente de zona de
visión y, por tanto, de zona de fuga. Llega a permitir, incluso, que algún
corredor se apoye en su lomo. Algo impensable en cualquier otra situación. Ese
corredor, lejos de significar una amenaza para el toro, resulta un “aliado” en
su intención, que es la de correr hacia delante; pues al situarse dicho
corredor tras el punto de balance del toro, le está incitando precisamente a
seguir corriendo hacia delante, que es lo que él quiere. El riesgo de ese
corredor es mínimo; por lo que esa escena de corredores apoyados en el lomo de
los toros, tan repetida en Pamplona, resulta ser la que conlleva un menor peligro
de embestida, al margen de la consideración estética que merezca a cada
espectador.
Y, por último, queda el corredor que se sitúa justo detrás del toro y, por tanto, en su zona ciega. En esa posición, el toro no puede ver al corredor. Pero, si sintiera ahí su presencia, se podría sentir inquieto. Por ello mismo, ningún corredor debería situarse en esa posición, no ya por el riesgo que asume, que es prácticamente nulo, sino porque puede causar tal inquietud al toro que podría llegar a girarse para comprobar que es lo que tiene detrás y provocar que se descuelgue del resto de la manada.
Por supuesto, ante la figura de un toro suelto en un encierro, los corredores deben evitar totalmente situarse cerca de los cuartos traseros del animal por ese mismo motivo.
Finalmente, constatar que, si bien es el movimiento el que parece ser el elemento que más estimula la embestida del toro, según las investigaciones a las que aquí se ha hecho referencia, estímulos de color rojo podrían incidir en el ánimo del toro para embestir. Ese dato, que en encierros de poca o media participación podría no ser muy relevante, puede adquirir una mayor significación en el encierro de Pamplona, donde el toro tiene delante de sus ojos una auténtica “pared de pantalones blancos” que bloquean uniformemente su visión, pero donde también aparecen fajines de color rojo que, además, se bambolean sobre ese uniforme fondo blanco. Un elemento, pues, al que cabría dar cierta relevancia según dichos estudios.
Repito lo que ya dije anteriormente: cuando hay un toro en la calle, no cabe hablar de pautas generales. Un toro siempre puede tener un comportamiento imprevisible. Pero creo que con esta entrada los corredores tendremos más criterios para comentar en los almuerzos la última carrera que hayamos realizado.
Lagun
NOTA DEL AUTOR:
En primer lugar, quiero agradecer a Chema
Aparicio, veterinario, la aportación de ideas y datos para este texto.
En segundo lugar: la foto de la portada es de Gorka Azpilicueta & Arsenio Ramírez, que en su día me la remitieron del archivo de su web: http://www.porlasrutasdeltoro.com/. Hoy les pido a dichos autores que me permitan mantenerla publicada junto a este texto, pues con mi bitácora no tengo fines lucrativos.
Por otro lado, las figuras de la visión panorámica del toro y de la zona de fuga, aunque he partido de otras similares que hay en la red, son de elaboración propia.
Por último, las recreaciones de las posiciones de los corredores en carrera junto al toro, son montajes que he realizado partiendo también de otras similares de la red, y que se corresponden a un juego denominado “San Fermín”, cuyos derechos creo que son de “Artheria Network” (http://www.artheria.com/”). Espero (deseo) que no planteen problemas por su inclusión, pues repito que no tengo ningún fin lucrativo con esta bitácora y las he colgado por una mera cuestión ilustrativa.
Publicado
por LAGUN
1 comentario:
Simplemente de Chapó esta entrada.
Enhorabuena y muchas gracias
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