Planeta Toro
El toro permaneció en estado salvaje por su carácter arisco y hasta agresivo. Los valles fluviales fueron su primer hábitat. La abundancia de pastos y la suavidad del clima asentaron las primeras ganaderías en llanuras y marismas, que se convierten de esta forma en el primer paisaje del toro bravo, donde halla alimento y agua, además de un clima y una orografía suave.
La relación ecológica entre el ganado bovino y la marisma es tan antigua que ya los cronistas clásicos hablaban de las manadas que habitaban en el Reino de Tartesos, lo que hoy conocemos como Marismas del Guadalquivir. Cuando en el siglo XVIII se empiezan a formar las ganaderías bravas, transformándose las antiguas manadas en sistemas de crianza, las marismas del Guadalquivir se convierten en la cuna del toro en Andalucía.
Si se atiende a las castas fundacionales que dieron origen al actual toro de lidia, se aprecia que tres de ellas parten del campo sevillano, en concreto de la localidad de Utrera: casta Cabrera, casta Vazqueña y casta Vistahermosa, la más importante de todas por ser la raíz de más del noventa por ciento de las ganaderías actuales.
Este ganado tiene un papel destacado en el ciclo ecológico de la marisma ya que, a través de su consumo de materia vegetal y su desplazamiento, crea zonas de aguas libres y permite la regeneración de la vegetación.
En la actualidad son muy pocas las ganaderías que siguen pastando en la marisma. La utilización de estos terrenos para la agricultura, sobre todo la presencia del arroz, ha desplazado al toro hacia otros terrenos, fundamentalmente de dehesa y monte mediterráneo.
Las 400.000 hectáreas de dehesa que en el presente se dedican al toro bravo sitúan a este ecosistema como verdadero hábitat de este animal, una vez producida la emigración desde las tierras marismeñas. Andalucía es la comunidad autónoma que más terreno dedica a la cría y selección del toro de lidia, con más de 244 fincas que ocupan una extensión de 151.135 hectáreas.
Equilibrio ecológico.
Las fincas dedicadas a la crianza y selección del toro de lidia se han convertido en una forma de defender este ecosistema mediterráneo. La extensión media de una finca ganadera es de unas 600 hectáreas, ya que el toro necesita de bastante espacio para desarrollarse. La dehesa también necesita del toro. Su presencia favorece a las especies de plantas que se renuevan antes, porque las que no son capaces de regenerarse rápidamente o reproducirse con celeridad terminan por ser eliminadas por el ganado.
El toro contribuye a que no aumente la biomasa vegetal en estas zonas, aunque la producción sigue siendo alta. Más claro: la explotación ganadera rejuvenece las zonas bajas de la dehesa, las que poseen suelos más fértiles y más agua y son mejores para alimentar el ganado. Si no estuviera el toro, estas zonas de la dehesa tenderían a recuperar el bosque original.
Pese a ello, hay que controlar el número de reses que pastan en una finca. Si es muy elevado, el pastoreo termina por desnudar el suelo ya que hay demasiado pisoteo y disminuye la resistencia de las lantas a la sequía. Si es muy corto propicia la aparición de plantas poco aptas para este tipo de ganado, propias de esa vuelta al bosque antes apuntada.
Por último, las deyecciones del ganado portan nutrientes y los mantienen cerca de la superficie, donde las plantas os toman. Las hierbas y arbustos tienen más nitrógeno en las zonas donde existe pastoreo. En definitiva, el toro vive en régimen extensivo, en amplios espacios donde puede andar, correr, alimentarse y reproducirse, una forma de explotación que resulta menos lesiva para el medio ambiente que el régimen intensivo, que requiere una mayor transformación de la naturaleza. Además, al ser la cría del toro bravo una tarea íntima de cada ganadero, las fincas no sufren la presencia humana (visitas, excursiones, etc) ni sus posteriores consecuencias, lo que supone una notable protección del medio. Tanto es así que existen ecosistemas en los que el toro de lidia convive con animales como el jabalí, el venado, el gamo o el muflón.
En fincas de Sierra Morena se va más lejos, ya que en ellas el toro comparte su hábitat con el lince ibérico. Existen incluso un proyecto de recuperación del lince en el que tiene mucho que ver el toro de lidia y su entorno. Consiste en aprovechar la paz del campo bravo para el desarrollo de esta especie en peligro de extinción.
Por otra parte, hay fincas de marisma donde todavía permanece el toro que se convierten en parada de aves migratorias, por lo que no será extraño ver al toro rodeado de garzas, flamencos, ánsares u otro tipo de aves.
Dos fincas donde sucede son las de Partido de Resina y Hato Blanco.
Como se puede apreciar, el toro no sólo vive en equilibrio con su entorno, sino que ayuda a mantener un ecosistema.
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