Los Balañá (más o menos)
El clan familiar catalán gestiona la plaza de Barcelona desde 1927 además de cines, teatros y otros espectáculos
JOSÉ MARTÍ GÓMEZ
Reportaje Publicado en el país.com el 24-12-2006
Fotografía: Arriba, Pedro Balañá Espinós, en el centro, durante un festival en La Monumental celebrado en 1960; a su derecha, los toreros Jaime Ostos (con chaquetilla negra) y Victoriano Valencia
Mientras miraba la pequeña fotografía de Ava Gardner que sostenía entre sus manos, Mario Cabré me explicó que se vistió de traje de luces por primera vez para ser banderillero de El Niño de la Macarena.
Mario Cabré le definió como "el empresario de las plazas en las que yo querría torear"
El viejo republicano había cambiado de bando. En 1963 fue elegido concejal por el tercio sindical
-Toreábamos en Las Arenas y como yo no quería que en mi casa se enterasen me fui a vestir de torero a casa de un amigo y vestido con el traje alquilado fui hasta la plaza en tranvía.
-¿Y qué le decía la gente?
-Nada. ¿Por qué me iba a decir algo la gente?
-No me dirá usted que antes de la guerra era normal ver en los tranvías gente vestida de torero.
-Qué poco sabe usted de la vida, joven.
Años después, Mario Cabré, actor, poeta y torero, empezó a escribir su diario. Un 23 de septiembre anotó: "He llorado bastante al terminar de hablar con el señor P. B. mientras le preguntaba por qué no quería ponerme en la corrida con los Mihura, porque faltaba a su palabra, y él me contestaba que no podía ser". Un 5 de diciembre, Mario Cabré siguió citando a P. B. en su diario: "Sueño que unas personas estaban sentadas a la mesa, al parecer tomando algo. Entre dichas personas se encontraba el señor P. B. Acto seguido llego yo acompañado de la señorita M. B. Alguien da a entender que tiene algo que ver conmigo. Entonces el señor P. B. se levanta y, abalanzándose sobre mí, me pega". El señor P. B. obsesionaba a Mario Cabré. Al señor P. B., Mario Cabré le definía como "el empresario de las plazas en las que yo quería torear".
DON PEDRO BALAÑA
P. B., Pedro Balañá, don Pedro, fue un empresario taurino tan respetado como temido. Junto con Camará y Gago, apoderados de Manolete y de Arruza, dominó el circuito taurino en los años de posguerra. A los tres les caracterizó la discreción. Siempre ventilaron de puertas adentro sus asuntos, en más de una ocasión conflictivos, y hubo quien aseguró que la conjunción de intereses de los tres dañó la honestidad taurina.
Durante muchos años, Balañá llevó la gestión de las plazas de media España. Si no entrabas dócilmente en su terreno, toreabas poco. Balañá nació en 1883 en el barrio barcelonés de Sants. Ganó el primer dinero vendiendo periódicos y siempre presumió de haber llegado muy alto habiendo asistido solamente a una escuela privada en la que recibió una instrucción elemental pagando una peseta al mes. Asiduo de una asociación hostil a la tauromaquia, la primera relación comercial del joven Balañá con los toros consistió en vender en el matadero las reses estoqueadas en la cercana plaza de Las Arenas.
En 1915 ya era un hombre popular en Sants. En el libro Cien empresarios catalanes, coordinado por Francesc Cabana, Josep Maria Huertas Clavería escribe que Balañá militó en la Unió Federal Nacionalista republicana que se presentó a las elecciones municipales en coalición con el Partido Republicano Radical de Alejando Lerroux. Para que su partido tuviese una plataforma, Balañá compró el diario El Poble Catalá. Como concejal, defendió la creación de una escuela pública en su barrio. Sants le dedicó un homenaje que finalizó con las interpretaciones de Els Segadors y La Marsellesa. El diario El Progreso definió a Balañá como separatista.
En 1926, Balañá se hizo cargo de la explotación de Las Arenas. En 1927, se estrenó como empresario de La Monumental, plaza que compró en 1947 a la viuda del que la construyó. Pagó 15 millones de pesetas. La entrada de los Balañá en el negocio cinematográfico se produjo en 1943, con la compra del cine Avenida de la Luz. Balañá padre se lo regaló a Balañá hijo, un heredero que sentía más afición por el mundo de la exhibición cinematográfica que por los toros. Por entonces, el viejo republicano ya había cambiado de bando.
En su tesis doctoral sobre la Barcelona del franquismo de posguerra, Jaume Fabre deja constancia en una nota a pie de página de que para celebrar la primera corrida en La Monumental tras la Guerra Civil, festejo presidido por el general Orgaz, "el empresario de la plaza de toros, Pedro Balañá, donó al jefe de la 4ª Región Militar un cheque por valor de 15.000 pesetas, parte de los beneficios obtenidos con la corrida". La plaza requirió de un periodo de reformas antes de su reapertura. En las últimas semanas de guerra había acogido heridos, en los primeros meses de posguerra fue improvisado garaje de material móvil requisado y de las viejas gradas de madera no quedaba nada porque la gente se las había llevado para calentarse en los días de invierno en los que Barcelona vivía con hambre y frío el final de la guerra.
En su perfil del empresario, Huertas Clavería afirma que Balañá, ya La Monumental plenamente recuperada, organizaba todos los años "una corrida benéfica para recaudar fondos con destino a las viudas y huérfanos de militares". En 1963 salió elegido concejal por el tercio sindical del franquismo. Falleció en 1965 y 12 años más tarde su heredero cerró Las Arenas y se centró en La Monumental, plaza en la que se han vivido siete cogidas mortales.
Su hijo, también llamado Pedro, es arisco como lo fue su padre, y como su padre es también hombre de formas educadas pero poco dado a aceptar a quien le lleve la contraria. Una hija lleva el negocio teatral. Un hijo, los multicines y los toros. Una segunda hija no está implicada en los negocios de la empresa familiar. Otro hijo falleció joven. Para Pedro Balañá Forts fue un golpe muy duro. También para su esposa, aunque dicen los que conocen al matrimonio que ella lo superó mejor gracias a sus sólidas creencias religiosas. La fe mitigó el dolor.
Pedro Balañá Forts ha llevado los negocios con el mismo estilo que los llevaba su padre, Pedro Balañá Espinós: de forma muy personal y sin dejar nada fuera de la estructura familiar. Ese espíritu de clan familiar se encarna en la figura de la niña que en los cines del grupo Balañá pide silencio desde la pantalla antes de que empiece la proyección: cierto o leyenda, circula que es una nieta de Balañá, hombre de porte elegante, poco dado a complicidades afectivas, muy trabajador, inteligente, buen coleccionista de arte y antigüedades que elige personalmente visitando galerías, y de ideología presumiblemente conservadora. Es un buen melómano, aunque no tanto como su esposa. A Pedro Balañá quizá los cambios vertiginosos del siglo pasado le han cogido a contrapié. Sigue siendo un empresario clave en los sectores cinematográfico, teatral y taurino, pero ya no es el empresario indiscutible.
En cine, la apertura de diversas salas multicines le ha arrebatado una cuota importante de mercado, y para Balañá abrir cada día un cine como el Coliseum, enorme y al viejo estilo, es un reto y un problema. Es cierto que el hijo del fundador de la saga amplió el número de cines de la empresa e incluso entró en el mundo de la distribución adquiriendo acciones de la Warner española, pero no deja de ser paradójico que el primer cine que compró, el Alcázar, haya sido uno de los últimos en desaparecer de la cartelera al reunirse dos factores: era demasiado grande y estaba ubicado en una zona en la que el metro cuadrado vale mucho.
En teatro, empresas como Focus o Anexa ya le muerden taquilla con sus espectáculos y la gestión de sus propios locales, aunque es un hecho que los Balañá siguen gestionando los teatros mejor ubicados, un buen negocio cuando programan una obra de éxito que deja a la empresa un 30% de la taquilla. Los espectáculos de Rubianes en el Capitol o La extraña pareja en el Borrás son dos ejemplos de excelentes negocios teatrales para los Balañá.
En toros, la crisis es un hecho no se sabe si por la apatía de la empresa o por la apatía del personal, que en los últimos años sólo parece haber despertado de su atonía con el toreo de José Tomás que representa la vuelta a lo clásico. De los años de posguerra en los que Barcelona tenia corridas o novilladas incluso los jueves se ha pasado a temporadas letárgicas. El último torero que hizo ganar mucho dinero a los Balañá fue Chamaco. En el fenómeno de Chamaco, como luego en el de El Cordobés, estuvo también el germen de una crisis: hace muchos años, Néstor Luján le explicó al autor de este reportaje qué había cambiado en la Barcelona taurina:
Lo de Chamaco era un fraude, como lo fue lo de El Cordobés. ¿La diferencia que podía haber entre ellos y Manolete? Muy sencilla: Manolete era un torero excelente, que se la jugaba. La prueba es cómo murió. Representaba además unas virtudes de señorito andaluz con las que podías o no estar de acuerdo pero que significaban una manera de entender la cultura. El toreo de los otros era teatro. Lo de Chamaco y El Cordobés fue una visión neocapitalista y calculadora del toreo. Los toros fueron en Cataluña, después de la Guerra Civil, de gran interés para una aristocracia textil que se sintió muy apasionada sobre todo por la figura casi aristocrática de Manolete, que representaba a sus ojos la España vencedora. Esa burguesía textil se encontró sin ídolo al tiempo que entraba en crisis. En Cataluña los toros han pasado a ser desde hace años un espectáculo residual.
Residual como el boxeo, que una noche de verano y fiestas mayores con canciones de Antonio Machín y un selecto elenco de engominados cantantes melódicos en las calles, vio cómo en el ring levantado en el centro del coso taurino de La Monumental Luis Romero, un zurdo surgido de la pobreza, que es de donde salen toreros y boxeadores y por eso ahora ya no salen tantos, noqueaba al italiano Ferracin y conseguía un título europeo para la internacionalmente aislada derecha franquista, que en los años de estraperlo exhibía a sus queridas en sillas de ring y en barreras taurinas de sombra, ellos siempre con un cigarro habano, ellas casi siempre rubias oxigenadas.
Residual como la habitación de El Cordobés en el desaparecido hotel Arycasa, con el torero morreando a una hermosa joven que había conseguido entrar salvando el tumulto del pasillo. Ya no hay tumultos en los hoteles de los toreros porque no hay toreros que despierten pasiones. Los gustos han cambiado. Hoy los tumultos los provocan los cantantes, que ya no actúan en La Monumental como lo hicieron Los Beatles. En La Monumental hoy sólo se instalan los circos, otro espectáculo residual.
El Cordobés, a la chica, en una pausa del morreo mientras le ajustaban la taleguilla:
-¿Así que sabes inglés? Yo también: Torremolinos City.
La chica, con una risita estúpida:
-No. Yo te he dicho que trabajo en El Corte Inglés, sección de biquinis.
El apoderado, dirigiéndose a mí, que me había colado en la habitación pegado como un chicle a la chica:
-Dame el bellargal.... No... Tú no eres el que tiene el bellargal... ¿Tú qué coño haces aquí? Da igual. No me importa. Joder, Manolo, deja de morrear a la chica, que son las cinco menos cuarto. Quiero un bellargal, me va a dar algo, noto que me va a dar algo.
Residual como la noche de desvarío en tecnicolor de Mario Cabré con el animal más bello del mundo, P. B., una fijación en su diario de unos años:
-¿Volvió a ver a Ava?
-No.
-¿Le escribió ella alguna carta?
-No.
-¿Le llamó por teléfono algún día?
-No.
-¿Y usted sigue creyendo que ella le quiso?
-Qué poco sabe usted de amores, joven.
Gustos, empresas, personas sometidas a los vendavales de los cambios. P. B., el gran patriarca de la saga, no podría hoy fumarse en los toros sus puros habanos. O sí, que por algo era don Pedro. Los empresarios de La Monumental
1 comentario:
Excelentes entradas y articulos.
Mi mas sincera enhorabuena por esta pagina taurina.
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